Yo podría calcular el kilometraje que he recorrido desde septiembre. Sin embargo, no lo he hecho. En septiembre deje mi ciudad natal de Los Ángeles, California para hacer cicloturismo, un recorrido en bicicleta hacia Guatemala. Aunque la distancia geográfica parece ser lo más impresionante del viaje, para mí, fue la bicicleta que me llevo a lugares espirituales, históricos, y sociales que no aparecen en un mapa.
Me lancé a la carretera con otros seis compañeros, todos nacidos en los Estados Unidos, pero con padres, abuelos u otras conexiones latinoamericanas. Los motivos del viaje variaban para cada persona, pero decidimos que nuestra meta en común sería reconectarnos con nuestras raíces latinoamericanas por medio del viaje, y visitar proyectos o movimientos que están trabajando hacia un mundo diferente. Con esta meta en mente, nos decidimos llamar Raíces Roots. Así reconoceríamos nuestra conexión latinoamericana a la par de nuestra crianza estadounidense.
Para los bici-religiosos, podrá ser una decepción que no todo el viaje fue sobre la bici. Hubo tramos recorridos en tren, bus, ferry, y hasta en un tuk-tuk, que después de una llanta ponchada, llevo a dos de nosotras, con todo y bicicletas, por unos kilómetros hacia nuestro destino final.
En este viaje aprendí mucho de cómo es la carretera en ciertos lugares, los limites de mi cuerpo y hasta de los olores corporales de mis compañeros de viaje.
Aunque viviré mi vida compartiendo las cosas infinitas que aprendí, la lección más importante que me deja este viaje es el amor a la vida. Más que eso, yo creo que este viaje me ha ayudado a saber que es la vida en realidad. En esta lección, los maestros a los cual les debo mayor agradecimiento son todas las personas que encontré en este camino.
Todos los días nos encontrábamos con personas que no sólo nos brindaban hospitalidad, sino que compartían historias de su vida y esperanzas de su futuro con nosotros.
Una experiencia impactante para mí, fue nuestra visita a un pueblo mágico. En Jalisco fuimos a visitar el pueblo de Temacapulín, un pueblo pequeño a unos 134 kilómetros de la ciudad de Guadalajara. El pueblo carga una riqueza en biodiversidad, historia ancestral, y cultura local. La impresión que me lleve de esa visita a Temaca fue asombra, ante la cantidad y diversidad de vida que vi ahí, y tristeza, por la manera que ha sido tratada esa vida.
Fuimos en caminatas hacia el Río Verde, que antes era un río cristalino, pero que ahora sirve como un río de drenaje. A causa de los desagües que se le echan al río a diario, los peces del río han contraído cisticerco, y cuando se pescan llevan lombrices en la carne. Aún con esta contaminación, mucha gente del pueblo de Temaca pesca y se come estos pescados. A algunas personas que se han muerto después de comer estos peces se les descubre un cisticerco en el cerebro.
El pueblo cercano de El Salto sufre una situación similar, con las personas muriéndose de cáncer, lupus y varias otras enfermedades causadas por la contaminación del río con mercurio, plomo, cromo, arsénico y muchos metales más. Las fábricas de un corredor industrial en El Salto echan sus desechos al río sin un tratamiento. Unos días antes de nuestra visita, un niño se había caído al lodo, junto al río. El niño murió quince días después, intoxicado por los metales en el lodo.
Además de luchar contra el deterioro de estos ríos ya contaminados, los residentes estaban luchando contra la aniquilación de su pueblo entero.
Por cinco años la gente de Temaca ha luchado contra la Presa El Zapotillo, que inundaría su pueblo. La presa almacenaría el agua del Río Verde para uso industrial y para el uso del estado vecino de Guanajuato. El uso del agua de la presa sería nada más durante siete años, porque después de ese tiempo, el agua estaría demasiado contaminada para seguir usándola. En siete años, la presa sería abandonada y Temaca quedaría bajo agua contaminada.
Los promotores de la presa ofrecen reubicación y supuesta compensación. Esa indemnización se basa en un valor monetario arbitrario – yo misma les digo, que el valor de Temaca, como muchas otras cosas en la vida, no se puede medir en dinero. Como el pueblo de Temaca existen muchos – lugares donde la vida es preciosa, pero que se devalúa y se desprecia a cambio de un beneficio financiero que dura sólo poco tiempo.
La realidad de la lucha de Temaca, así como la lucha de tantos pueblos, individuos y proyectos que hemos conocido me ha dado un nuevo aprecio y respeto por la vida.
Viajar en bici requiere llevar conmigo sólo lo esencial, y así me doy cuenta que no necesito mucho. Lo más valioso que puedo llevar conmigo no es una herramienta de bicicleta, o una carpa contra la lluvia, o un GPS. Lo más valioso de este viaje han sido las historias de otros, saber las luchas que emprenden día a día, y cargar y compartirlas a donde vaya.
No importa los kilómetros que pedaleo – a donde he podido llegar en mi viaje no se puede medir, sólo vivir.
Más información acerca de la Presa El Zapotillo.