Este viaje por Colombia nos regaló lo que hace tiempo llevábamos buscando: Montañas, caminos destapados, paisajes increíbles y tinto, mucho tinto.
Después de ocho meses viajando por Centro América, en su mayoría por costa, uno necesita llenarse de nuevos paisajes y aventuras. No me malinterpretéis, no es que Centro América no nos diera lo que buscábamos, pero sí que en muchas ocasiones echamos en falta esa variedad de caminos que te sacan de la carretera y te llevan por rutas alternativas libres de coches y asfalto.
En alguna ocasión lo conseguimos, pero en muchas otras tuvimos que resignarnos e ir por el camino fácil, ya sea por falta de caminos o por avisos de protección sobre lo solitarios que podían resultar y el peligro que podíamos correr. Colombia nos dio todo, incluso la ilusión de seguir conociendo, cosa fácil de perder cuando se viaja durante tanto tiempo. De todos los paisajes, lugares, caminos y momentos que nos regaló sin duda me quedo con tres rutas, que creo que nadie debería perderse.
- Magdalena salvaje: Carmen de Bolívar – Aguachica
- Perdidos por Boyacá: San Gil – Belén (vía El Cocuy)
- La Carbonera: Salento – Ibagué
1. Magdalena salvaje: Carmen de Bolívar – Aguachica
Esta primera ruta es el calentamiento de un gran viaje por Colombia. Nos da la bienvenida con terreno bastante llano donde las únicas adversidades serán el cruce de los ríos, el calor sofocante y el polvo. También nos invitará a conocer la vida de los pueblos cercanos al río, cientos de aves y un paisaje entre naturaleza y el agua. Aconsejamos camisetas de manga larga para evitar quemarse y pañuelos para evitar respirar polvo, estos dos accesorios en alguna ocasión fueron totalmente necesarios.
Iniciando el camino a lo desconocido
Carmen de Bolívar es el comienzo de este camino a lo desconocido, aquí cogimos una carretera que se desvía y te adentra a los montes de María. En esta ruta pasamos por todos esos pueblos que una vez fueron condenados y masacrados por ser acusados de ser cómplices de la guerrilla.
Cada vez que preguntábamos por el pueblo de El Salado, la gente nos miraba con cara de miedo y nos decían que tuviéramos cuidado: “mejor pasar de largo”.
La carretera destapada y empolvada nos daba la bienvenida con una gran subida donde tuvimos que empujar las bicis. Por suerte, sería de las pocas del camino. Durante este trayecto los caminos por momentos se estrechan tanto que era imposible que otros vehículos que no fueran de dos ruedas pasarán por ahí.
Al fin respirábamos esa paz y tranquilidad que te da un camino sin vehículos. Este segmento fue bastante solitario, cosa que nos hizo disfrutar el doble del trayecto y de la buena gente que se cruzaba con nosotros. A diferencia de otros lugares, en esta parte Colombia la gente esperaba el saludo antes de darlo, supongo que la timidez de la zona viene acompañada de su historia.
Llegada a El Salado
Para nuestra suerte llegamos a El Salado tan tarde que no tuvimos otra opción que quedarnos a dormir allí. A pesar de todos los avisos que habíamos escuchado, nos recibió un pueblo amable y acogedor donde se respiraba paz. Y aunque el pueblo ofrecía un lugar de acampada perfecta en medio del parque, techado, con mesas y tranquilo, necesitábamos de una ducha. Buscamos un cuarto donde poder dormir, en estos pueblecitos es muy común que la gente tenga cuartos preparados para alquilar en sus casas.
La gente del pueblo nos hizo conocer su historia y nos enseñó las restauraciones de lo que un día fue destruido. Este pueblo es el mejor ejemplo de la famosa frase: “Cría fama y échate a dormir”.
Cruce del río Magdalena
A la mañana siguiente nos fuimos dirección Canutalito, donde cogimos rumbo hacia Tacamocho. Aquí tuvimos que esperar unas cuantas horas a que pasara “la Jhonson”, el bote que nos ayudaría a hacer nuestro primer cruce con las bicicletas por el río Magdalena. Nos llevó hasta Santa Bárbara de Pinto, donde pasamos la noche.
Al día siguiente seguimos la ruta dirección Mompox, Santa Ana, Peñoncito, hasta llegar a El Palomar. En este punto, hicimos de nuevo el cruce del río Magdalena hasta el hermoso y famoso pueblo colonial, Santa Cruz de Mompox. Todos estos caminos vienen acompañados de polvo, pero también de hermosas vistas del río constantemente.
Después de 4 días de descanso en Mompox volvimos a cruzar el río para volver a tomar la ruta que dejamos en ese mismo punto. Nos esperaba un paisaje lleno de cientos de aves y agua, las ciénagas del bajo Magdalena.
Este paisaje fue de lo más hermoso. Pedalear entre ciénagas donde nuestras únicas compañeras fueron las aves, fue enriquecedor. Nuestro recorrido iba pegado al río, separando nuestro camino de la carretera principal, para juntarse en el pueblo de Guamal, hasta llegar a El Banco.
Queríamos seguir disfrutando del río, sus aves y sus paisajes, pues sabíamos que pronto nos despediríamos de este clima. Así que hicimos caso de los consejos de la gente y volvimos a cruzar el río por el Peñón. Cogimos de nuevo un camino destapado, esta vez por el lado izquierdo de la carretera hasta llegar a Santa Teresa.
En este pueblo, fuimos bien recibidos por su gente y los niños curiosos. Hay alguna habitación en renta en este lugar, pero un vecino del pueblo nos abrió las puertas de su casa, donde nos invitó a pasar la noche.
Recta final, rumbo a Aguachica
Retomamos el rumbo y aunque en el mapa vimos que había un camino más corto, los avisos de la gente sobre los peligros que se corrían en algunas de esas zonas nos hicieron tomar el camino más largo, que nos llevaría después de otro cruce del río Magdalena, hasta Morales.
Finalmente, cogimos el último barco del camino. En esta ocasión nos cruzaría por el larguísimo río Magdalena hasta llegar a nuestro último destino de esta travesía salvaje: Aguachica.
Esta travesía te regala un poco de todo: miedo por lo solitario, las historias de la gente, pueblos acogedores, naturaleza, aves, caminos hermosos aunque polvorientos. Sin duda, los cruces continuos de barco le añaden un toque de emoción y aventura.
2. Perdidos por Boyacá: San Gil – Belén (vía El Cocuy)
En esta travesía nos despedimos del calor y el terreno plano para dar la bienvenida a las mejores montañas, al frío y paisajes de Colombia donde cruzaremos pueblos perdidos que nos cautivarán con sus colores.
Después de un merecido descanso empezabamos a pedalear en San Gil. Aquí, Colombia nos regalaría la compañia de otros cicloviajeros en la ruta. Al ser un país con bastante espíritu ciclista y al estar ubicado al norte del continente es el princio y la meta de muchos cicloviajeros. Su compañía en la ruta siempre es un regalo.
Iniciando la ruta hacia San Joaquin
Saliendo de San Gil nos acompañó el asfalto hasta llegar a Mogotes. Aquí, las noches se tornaron un poquito más frescas y su hermosa iglesia destacaba por arquitectura diferentes a todas las que habiamos visto hasta ahora. Sin duda, un pueblo relajado y tranquilo, te invita a quedarte más días de los que nosotros pudimos. Al pasar por aquí no olvides probar el agua panela con queso.
Cogimos fuerzas pues sabiamos que después de este hermoso pueblo empezaban los caminos destapados. Eso implica que empiezan caminos mucho más salvajes, dificiles, pero por supuesto bonitos. Continuando nuestro camino, el bosque nuboso fue nuestro acompañante hasta llegar a San Joaquin. Este pueblo se encuentra ubicado en la bajada de un paisaje espectacular que apenas de dejaba elegir para donde mirar. Desde las alturas te dejaba ver el pueblo donde ibamos a terminar aquel dia.
Subidas y bajadas hasta Soatá
A la mañana siguiente bien temprano nos fuimos camino Onzaga. Conforme avanzabamos el número de personas crecía y había más variedad de comidas por la calle, ya no eran pueblos tan pequeños. Comimos unas empanadas en el parque y nos pusimos en busca de un lugar donde dormir.
Tuvimos la suerte de encontrar una habitación con encanto en la casa hotel de una señora que destacaba por su amabilidad. La mujer representaba en su totalidad al pueblo colombiano y que nos trato como a unos hijos más.
Al día siguiente nos esperaba la ruta más larga y dura del camino. Todos los días subíamos y bajábamos una montaña, pero para llegar hasta Soatá había que duplicar este esfuerzo. Todabía bajaríamos y subiríamos dos veces, por lo que era impresindible conseguir algunas provisiones para el camino.
Los pueblos de Boyacá te incitan a querer descubrir más. Cada pueblo es una historia y una plaza llena de arte y color. Subimos por las montañas hacia el alto del Boquerón, descansamos para tomarnos el respectivo tintico y empezamos a descender para después ascender de nuevo hasta subir los 3000 msnm.
Desde arriba y durante toda la bajada tuvimos al frente, aún bastante lejos, los nevados del Parque Nacional de El Cocuy. Después de un día duro, largo y bonito por fín llegamos a nuestro destino. Soatá es una ciudad grande y al borde de un cañón, esconde alguna esquina bonita si buscas bien.
Disfrutando del color y la alegría en Guacamayas
El asfalto volvió a aparecer en nuestro camino y nos acompaño durante unos kilometros hasta llegar a La Uvita, siguiente parada de esta travesía. De repente, el paisaje parece sacado de una escena diferente. Los cactús dominan el ecosistema del Cañón del Chicamocha.
Tras una tremenda bajada al río, una tremenda subida. Al final del día, un pueblo pequeño donde no hay mucho que hacer, pero acogedor. Sus vistas son tan espectaculares como su queso. No te vayas sin disfrutar de esas dos cosas.
Estos caminos acompañados de montañas y pueblos entre ellas, te recordaban que fueras donde fueras no podrías salir de allí sin tener que pedalear alguna de ellas. Y de montaña en montaña, llegamos a San Mateo.
Nos íbamos acercando a nuestro esperado pueblo El cocuy, lo siguiente sería como todos los días, subir y bajar. Esta vez bajábamos al pueblo de Guacamayas, un pueblo con cientos de pinturas en sus paredes, color y alegría. Nos cautivó tanto, que decidimos hacer un descanso para disfrutarlo un poco mas. Después de un corriente, seguimos el camino hacia Panqueba, era todo subida, pero aun teniamos tiempo y estaba apenas a unos kilimetros.
Lluvia y frío rumbo a Chitá
En Panqueba nos acogió una linda muchacha en su hotel a cambio de unas fotografías, el Hotel Casa Blanca. Ya estábamos en la recta final, a tan solo 8 km de subida llegaríamos al esperado destino de descanso. El Cocuy nos daba la bienvenida con los lugareños vestidos con sus ruanas y sombreros, junto con sus calles verdes que se volvían escenarios dignos de ser fotografiados.
Después de un par de días, las imparables lluvias y el mal tiempo eran tan amenazadores que no nos atrevímos a salir para continuar la ruta. Un rayo de Sol temprano hizo que aprovecháramos ese momento de suerte para salir dirección hacia el páramo de El Cocuy por un camino destapado que nos separaba de la remota población de Chitá.
Subiendo a nuestras bicicletas y dejando el pueblo a nuestros pies, disfrutamos de las vistas que nos regalaba la altura y el buen clima, que por suerte nos acompaño la mayoría del camino. Finalmente, logramos coronar el páramo con cierta dificultad respiratoria debido a la altura pudimos disfrutar de el famoso bosque de frailejones que nos dejó cautivados y asombrados. Estavamos tan maravillados que cuando quisímos darnos cuenta empezó la lluvia.
En este páramo aprendímos algo básico del viaje, la importancia de mantenerse seco o ponerte la ropa de lluvia tan rápido como sea posible. La bajada fue la más fría y dura de todo el paso por Colombia. Con la ropa, las manos y los dedos mojados, junto con el aire frío de la bajada, pasamos unos momentos realmente duros.
A pesar de las condiciones, de vez en cuando, aprovechabamos para mirar al horizonte y disfrutar las vistas según nos lo permitían las gotas de lluvia. Veíamos un paisaje tan hermoso que nos apenó no poder disfrutarlo sin lluvia y nubes. A medida que íbamos descendiendo, el sol iba apareciendo sacandonos un suspiro de salvación, y sin darnos cuenta, de nuevo estabamos secos y con sol hasta llegar a Chitá.
Terminando la ruta en Belén
La salida de Chitá fue por un hermoso camino que combina valles de agricultura, paisajes áridos y caminos destapados que nos llevarían hasta el pueblo de Jericó. Después de una larga y durísima subida, que nos tomó unas cuentas horas coronar, tomamos nuestros almuerzo del día y fuimos hasta Socotá. Sin duda, una etapa bastante larga.
Fue en la bajada desde el pueblo más alto de Boyacá donde empezamos a ver caras de hombres manchadas de negro, señal de que había minas de carbón cerca. Nuestra travesía se convirtio en una ruta minera. Durante gran parte del recorrido las minas de carbón nos acompañaron. Y como no, también algunos camiones enormes.
El aire de la ciudad de Socotá nos abrumó desde el primer momento, pero también nos alegró poder volver a ver variedad de comidas y de gente. Es el tramo final de la ruta y parece que lo más díficil ya se ha hecho. Llegamos a Belén, otra ciudad con muchisimo ambiente ciclista y donde pusimos fin a esta increíble ruta entre montañas y paisajes increíbles.
3. La Carbonera: Salento – Ibagué
Sin duda una de mis rutas favoritas en Colombia. Desde Salento atravesaremos la Cordillera Central hasta llegar a Ibagué, llegando a una altura máxima de 3300 msnm y atravesando un valle mágico de palmeras gigantes.
Primeras vistas del Eje Cafetero
La salida de Salento comenzó con una subida por un camino destapado y rodeados de bosque y alguna que otra finca. A lo lejos vimos las primeras palmas de cera, las que pertenecen al Valle del Cocora. Este recorrido es frecuentado por turistas que descienden en bicicleta. Sin embargo, en nuestro caso, nos enfrentábamos a la subida. Durante nuestro ascenso, no era raro cruzarnos con camionetas llenas de bicis que subían.
A los 3300msnm llegamos al primer refugio, la finca The Eagle Nest “ El Rocío”. Aquí disfrutamos de la familia que se encargaba de cuidar el lugar y paseamos por las colinas, disfrutando de las vistas desde donde podíamos ver el Eje Cafetero al completo.
A la mañana siguiente continuamos nuestro recorrido con algo de dificultad por el frío y la altura, pero nada que unas hojas de coca que masticamos no pudieran curar. Por este camino destapado, también nos acompañaron algunos derrumbes hasta llegar a el famoso Alto de la Línea. Aquí colocamos nuestra bandera para marcar la llegada y sin perder mucho el tiempo comenzamos la bajada. En este punto cambiábamos de departamento y ahora pedaleábamos sobre tierras tolimenses.
Pedaleando entre palmas de cera
La bajada fue increíble, disfrutando de un bosque de palmas de cera interminable durante todo el camino. El paisaje era tan espectacular que apenas podías recorrer unos metros sin volver a parar a fotografiar el tremendo paisaje que nos regalaba la naturaleza. Una bajada lenta y disfrona hasta llegar al río Tochecito, donde de nuevo empezábamos a ascender.
Este paisaje es personalmente uno de los más bonitos que he visto en Colombia. La ruta nos llevó entre las faldas de algunas montañas, hasta Toche, un pueblo bastante pequeño que puedes atravesar en unas cuantas zancadas.
La salida de Toche se puede observar desde el mismo pueblo, una subida lo suficientemente visible y dura para querer descansar antes de salir. Cogimos fuerzas para el siguiente desafío y nos dirigimos hacia las laderas del Volcán Machín, uno de los volcanes más peligrosos de Colombia, que tuvo su última erupción hace 800 años.
Que haya un volcán cerca puede dar pánico, pero la realidad es que también tiene algo que nos encanta y que nunca nos perdemos: sus aguas termales. Nuestro siguiente objetivo era llegar hasta las aguas termales conocidas en la zona, con el mismo nombre que el cerro, justo en el camino. En ellas nos quitamos el frío del cuerpo y pusimos nuestra tienda de la campaña en un espacio que tenían los dueños para ello. Una parada obligatoria para descansar, relajarte y disfrutar de los barranqueros buscando su nido al atardecer.
Llegada a Ibagué
Hasta Ibagué todavía había que pedalear toda una aventura. Lo que quedaba de camino fue un sube y baja, no muy pesado. Los increíbles valles que veíamos por el camino y la cantidades de quebradas que inundaban el camino, nos hacían apreciar la cantidad de agua que bajaba de la montaña.
Atravesamos el pueblo de Tapias y en el camino la cantidad de galleras, recintos para las populares peleas de gallos, se hicieron más y más comunes. Nos acercábamos a nuestro destino entre bonitos cafetales, por una bonita y tranquila vía entre fincas. Entre sube y baja, se sentía que íbamos descendiendo y el agua iba desapareciendo y los ríos empezaban a estar secos.
Llegamos a Ibagué después de un cruce de un túnel corto, que a consecuencia de las obras tuvimos que esperar un buen rato para cruzar. Y así llegamos a la gran ciudad.
Una experiencia inolvidable
Estos tres viajes de bikepacking en Colombia han sido una experiencia inolvidable. Nos ha regalado paisajes asombrosos, retos emocionantes y encuentros con la cultura local que nos han enriquecido como viajeros.
Desde las montañas y caminos destapados de Magdalena, pasando por los valles encantadores de Boyacá y hasta las majestuosas palmas de cera en la Cordillera Central, hemos sido testigos de la diversidad y belleza de este país.
Cada pueblo, cada valle y cada cumbre han sido testigos de nuestra travesía y han dejado en nosotros recuerdos imborrables. La aventura y la emoción nos han acompañado en cada pedaleada, y la gratitud hacia Colombia y su gente se ha hecho cada vez más fuerte.
Nos despedimos por ahora, con el deseo de regresar algún día para seguir explorando las maravillas que este país tiene para ofrecer. Estas tres rutas nos han dejado con la certeza de que Colombia es un destino imperdible para los amantes del bikepacking y los viajes de aventura. ¡Hasta la próxima Colombia!
Fotografía Pablo García e Isa Vázquez
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