La violencia basada en el género es la que se ejerce hacia quienes no parecen o se comportan como la sociedad mandata según se haya nacido hombre o mujer. Provoca un miedo que funciona como regulador del comportamiento, coaccionando el ejercicio de derechos y libertades fundamentales de las mujeres (heteros, bi, lesbianas y trans) y de todas y todos aquellos con identidades de género disidentes, especialmente relacionados a la feminidad, como los gays afeminados. Este miedo representa una posibilidad que es altamente probable dadas las condiciones machistas en nuestro país (y el mundo): ser víctimas de violencia, y esto es ser agredida e incluso asesinada.
La violencia la ejercemos los hombres, principalmente. Como colectivo, somos responsables. Nuestra sola presencia genera, en menor o mayor medida, un miedo totalmente justificado por las experiencias cotidianas de violencia que viven las mujeres y por los medios de comunicación que la representan masivamente. Aunque hay poca información estadística sobre la violencia en el espacio público, sabemos que en la Ciudad de México, 9 de cada 10 mujeres han sido víctimas de violencia sexual en el transporte público, mientras que en Guadalajara 8 de cada 10 mujeres afirman haber sufrido acoso en el transporte público. Por supuesto esto es injusto y genera desigualdad porque obliga a las mujeres y personas con identidades de género disidentes a vivir con el miedo cuando salen a ciertos espacios, en ciertas horas, con determinada apariencia, responsabilizándolas de su propia seguridad.
¿Cuál es nuestra responsabilidad, como hombres sobre la sensación de miedo que viven las demás?
Considero que debemos asumir la responsabilidad de que somos considerados un peligro y que nuestra presencia genera el miedo justificado que mencionaba anteriormente. De manera abrumadora los hombres son los perpetradores de la violencia contra las mujeres en la vía pública. Injustamente casi todas las mujeres han sido víctimas de violencia ejercida por hombres en incontables momentos. En ese sentido, organizarnos entre hombres para trabajar la violencia que como colectivo e individuos ejercemos debería ser un compromiso. De manera urgente, los hombres también debemos generar las estrategias exhaustivas para reducir la impresión de peligro que representamos en las calles, plazas y transporte.
¿Cómo evitar ser un riesgo para las mujeres y personas con identidades de género disidentes?
Nadie pide tu opinión
La primera regla es no chiflarles, no piropearles (sí, ¡es una agresión!), no seguirlas. Tu mirada hacia sus senos o sus nalgas incomoda. No eres víctima de tus propios instintos, eres una persona que decide ejercer una forma de violencia, generas incomodidad, y les das miedo. No te gusta que te anden viendo las nalgas a ti tampoco, ¡no lo hagas! Nadie te autoriza. Si crees que ella te está invitando, no es así, es el espacio público y es altamente probable de que no tengas razón.
Más distancia, menos tiempo
Un hombre, en una calle solitaria, de noche es considerado altamente un peligro. Si ella va delante de ti, reduce la velocidad, permite que se establezca una prudente distancia. Si va detrás, apúrate, ella está en estado de alerta ante nuestra presencia y hacemos un favor acortando el tiempo. Si se aproxima un encuentro de frente, cruza la calle o bájate de la banqueta. Saca las manos de los bolsillos, relaja el paso. Generaremos menos tensión en tanto expresemos pasividad.
No te arrimes
En el transporte público es necesario tomar medidas extremas porque las condiciones pueden ser de gran incomodidad. Si hay espacio disponible, ¡no te acerques a una mujer! Tu presencia será en la gran mayoría de las veces indeseable. En casos de gran concurrencia, evita que sea tu zona genital la que entre en contacto con cualquier zona del cuerpo de las mujeres, así sea que tengas que darte la vuelta completa y encontrarte frente a frente con otro hombre – combate la homofobia interiorizada que te hace evitar a toda costa ese contacto frontal con un hombre o sentir la presencia de uno detrás de ti.
La bici no te hace chido
La bicicleta expone a las mujeres y personas con identidades de género disidentes aún más. No hay estructura física que las separe del entorno, no hay cristal que subir ante una agresión. En un alto o semáforo, especialmente de noche, no trates de hacer plática a menos de que ella lo haga. El hermoso cielo estrellado sale sobrando, ella está alerta. Procura posicionarte delante de ella a una distancia prudente, así estás dentro de su campo de visión, tiene la seguridad de que puede reaccionar. Detrás de ella sólo generarás ansiedad. Eres un desconocido, un potencial peligro.
En grupo de hombres
Supongo que no son necesarias muchas explicaciones: en grupo los hombres podemos representar la involución humana. Así hablemos de un grupo de albañiles o de un grupo de universitarios, el machismo se nos desborda ante la necesidad de dejarle claro a nuestros compas que cumplimos con el estándar de virilidad para permanecer en la manada. Eso tiene que parar. Debe ser un compromiso para la eliminación de la violencia de género tomar una postura clara cuando algún compañero la ejerce. Intervenir es la regla.
Ante la violencia, respuesta
La violencia física en contra de las mujeres en el espacio público – y en ni un lugar, pues – no debe permitirse. Intervenir sigue siendo la regla. Calcular los riesgos es importante, sin embargo, es necesario detener la agresión. No se trata de damiselas en apuros sino del reconocimiento del peligro que puede representar para la vida misma de las mujeres o personas con identidades de género disidentes que están siendo agredidas.
Caminar en silencio
Por supuesto, estas estrategias nos posicionan del lado del silencio, un lado poco heroico e invisible en el que a muchos hombres, tan acostumbrados al protagonismo, no nos gusta estar. Sin embargo, es parte del aprendizaje de reconocer que en la lucha feminista, a los hombres nos toca no sólo el papel de escucha, empatía y aceptación, sino el de la construcción paralela de formas no violentas de relacionarnos con las mujeres, con otros hombres, con nuestro entorno y con nosotros mismos.
La barrera principal para que más mujeres o personas que se identifican con este género se suban a la bicicleta es precisamente que no se sienten seguras. Es responsabilidad de todas y todos contribuir a generar ciudades más seguras.
¿Qué otras sugerencias nos podrías compartir, para mejorar la seguridad para las mujeres o todas y todos con identidad de género no-binario? Déjanos tus comentarios.