Cada vez que emprendo una nueva aventura, la adrenalina se adueña de mí, la piel se eriza y el corazón late intensamente, siento los latidos retumbar en mis oídos al imaginar lo que está por venir.
Mi programa comenzaba en Cafayate, Salta, provincia del noroeste argentino. Luego de haber pedaleado parte del norte por la ruta 40 me encuentro en esta pintoresca localidad. Preparada, deseosa de albergar a turistas que buscan explorar las maravillas de la naturaleza y conocer cómo el hombre que vive en ella, hace de cada espacio y recurso un templo sagrado del que cuida y agradece.
Tomo unos días de descanso y me aprovisiono para los próximos. Este tiempo lo aprovecho para poner a punto mi bicicleta que tenía algunos desperfectos. Esta hazaña precisaba que estuviera todo a la perfección, teniendo en cuenta que en los siguientes pueblos sería muy difícil poder encontrar algún repuesto o accesorio para solucionar algún inconveniente. Aunque siempre la predisposición de las personas por ayudarnos ha sido incondicional.
Cafayate, conocida como la tierra del sol, se ubica en el centro de los Valles Calchaquíes, los cuales forman un sistema de valles y montañas considerado uno de los sitios más bellos de la Argentina.
Al visitar esta tierra, no se puede dejar de disfrutar el reconocido vino Torrontés, presente principalmente en la región noroeste de Argentina, donde se encuentran los viñedos de mayor altura del mundo.
Cafayate es uno de los destinos más importantes de Salta y el país. Por lo tanto, cuenta con todo tipo de alojamiento y gran oferta gastronómica.
Esta aventura sigue el trazado del “Camino del Inca”. Instaurada por el imperio inca, esta red de caminos recorría 30000 km uniendo Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Ecuador. Al recorrerlos, es evidente el desarrollo de una variedad de culturas. A nuestro paso veremos pueblos antiguos y sitios precolombinos y coloniales, algunos de ellos intactos.
Mi destino, conocido como “El nido de viento blanco” o el “Aconcagua de los ciclistas” es uno de los pasos carreteros más altos de América y el punto más alto de la ruta 40. Este paso de montaña une La Puna con los Valles Calchaquíes. Durante años este atractivo ha sido el desafío de cicloturistas que han llegado de todos los rincones del mundo. Mi meta tiene altura similar a montañas de Europa como el Mont Blanc o a la del campo base del Everest, con 4900 msnm.
Etapa 1: Cafayate – Seclantás
En la mañana luego de chequear por última vez el pronóstico del tiempo, algo que indiscutiblemente debemos hacer, confirmaba que todo estaba bien. Comenzaba mi día rodando acompañado de un radiante sol. Mis expectativas eran grandes, años atrás había realizado la misma travesía pero en sentido contrario. Sabía que no sería fácil pero nada imposible.
Muy pronto, ya sobre la ruta 40, al retirarme de la ciudad, observo cómo el paisaje se viste de verde y los viñedos se van apropiando del camino. Durante años Cafayate ha ido tomando fuerza en el contexto vitivinícola. Sus viñedos junto a los cardones, un tipo de cactus gigante muy referente del norte del país, aportan colores y siluetas que refrescan la vista.
A tan solo una hora ya me encuentro en Animaná, un pueblito con historia y tradición. Llegando a San Carlos había recorrido los primeros 25 km. ¡Nada mal! Las condiciones del camino, hasta el momento, no me habían traído ningún problema. La carretera asfaltada facilitaba mi paso, solamente restaba salir del pueblo para realizar unos pocos kilómetros y comenzar el camino de ripio que sería el indiscutible protagonista.
Quebrada de las Flechas
Desde lejos comencé a distinguir algunas formaciones que no eran muy usuales, la Quebrada de las Flechas. Destino de interés turístico, de los más importantes de la ruta 40 y de los Valles Calchaquíes. Estas impactantes formaciones rocosas llegan a alcanzar 20 metros de altura, dando una ilusión de cientos de rocas en forma de flechas que han caído del cielo. Entre estas gigantes obras de la naturaleza surca un camino que me hace sentir pequeño. Me detuve y feliz contemplé desde sus miradores un espectacular panorama, el atardecer me deslumbraba con sus colores dorados reflejados sobre las rocas.
Habiendo recorrido estos 70 km considero haber encontrado el lugar correcto para pasar la noche. Una suave brisa hacía susurrar las hojas del árbol que estaba sobre mí. No siempre se conjugan en estos paisajes el reparo de un árbol y la tranquilidad del viento, esto me daba seguridad y me garantiza un buen descanso.
En la mañana desperté con los primeros rayos de sol que de momento solo alcanzaban los picos de estas espectaculares formaciones. Ya sobre el camino, se pueden observar antiguas casas de adobe con galerías externas, algunas abandonadas, congeladas en el tiempo, otras más modernas. El adobe es un tipo de construcción que utiliza barro, arena, arcilla y paja. Esta milenaria técnica extendida por todo el mundo, se encuentra en muchas culturas que no tuvieron relación entre sí, y al ser práctica y ambientalmente sostenible se mantiene viva. El siguiente pueblo era un claro ejemplo Angastaco, las casas de adobe se suceden a lo largo de un par de kilómetros rodeadas de cerros y planicies áridas.
Por momentos, el camino asciende suavemente y siguiendo el Rio Calchaqui, me dirijo al pueblo de Molinos. Considero que antes de descansar es muy oportuno conocer las áreas del pueblo y visitar la iglesia San Pedro de Nolasco de los Molinos, declarada Lugar Histórico Nacional.
Retomé la ruta 40 y crucé el pequeño puente del río Colomé que me desvió a mi derecha a la antigua ruta 40. Este desvío hacia Seclantás, la hace 3 km más extensa pero créanme, ¡realmente lo vale!
Finalmente llegué a Seclantás, por su calle principal con sus casonas, farolas iluminando la noche y la encantadora plaza La Junta. Me asombran sus altas palmeras y las distintas tonalidades de verdes debido a su diversidad de plantas y árboles, entre los que se encuentran los molles ancestrales, considerados sagrados por los pueblos originarios Mapuches, Incas y por la Cultura Wari del Perú.
La dedicación y el cuidado impreso en esta plaza, la hacen resaltar de entre todas las otras. Para terminar el día, me senté en uno de sus bancos e hice uso del servicio gratuito de WiFi, para conectarme nuevamente con el mundo por un rato.
Etapa 2: Seclantás – La Poma
Seclantás es la cuna del Poncho Salteño, aquí se teje tradicionalmente esta prenda que simboliza la historia del pueblo salteño. En los inicios, el poncho, fue utilizado por varios clanes indígenas antes de la llegada de los españoles a América.
Tradicionalmente en tonos café o marrones, este tejido le dio el nombre de “infernales” a los soldados de Güemes durante la guerra gaucha. Al momento en que asesinan al General, en señal de luto se le agregaron las dos tradicionales franjas negras. Gran parte de los habitantes de Seclantás se dedican a la confección del poncho, actividad que se va perdiendo con el tiempo, pero en esta región tratan de mantener vigente.
El Camino de los Artesanos comenzaba aquí. Las artesanías en telar son una de las actividades más importantes, las cuales se realizan con lana de oveja, llama y vicuña. Son más de 200 familias que exponen en sus talleres sus obras resguardando un trabajo ancestral.
Cachi – En el corazón de los Valles Calchaquíes (2531 msnm)
Conocido por sus casas de adobe pintadas de blanco, edificaciones coloniales y calles angostas empedradas, esta es una parada obligada para todos aquellos que buscan un poco de turismo y aventura. El Nevado de Cachi es su atracción indiscutible. Superando los 6000 msnm es la montaña más alta de la región de los valles Calchaquíes y es una expedición que muchos aventureros aseguran es imperdible. En su ascenso guiado, de aproximadamente 11 días hasta la cumbre principal Libertador General San Martín, se pueden observar restos arqueológicos que muestran la impronta de los pobladores originarios.
Luego de disfrutar del pueblo y conocer un poco de su gente durante un par de noches, subo nuevamente a mi bicicleta y me dirijo al pueblo de Palermo Oeste, a 25 km de distancia. Este camino alterna algunas curvas con pequeñas bajadas y subidas.
Retomando la ruta 40 el camino se acercaba cada vez más a la montaña, a mi izquierda un rudimentario cartel me señalaba el Puente del Diablo, una caverna que se desarrolla sobre el cauce del Río Calchaquí. A mi derecha, me acompañaban los volcanes Gemelos, cuyas coladas dieron origen a la singular caverna.
Un último cartel me daba la bienvenida a La Poma y me indicaba que me encontraba a 2900 msnm. Sólo restaban 4 km para llegar a la plaza del pueblo, que como los anteriores, cuenta con destacamento policial, un pequeño hospital y una iglesia.
Etapa 3: La Poma – San Antonio de los Cobres
Amanece en este pequeño paraje. En el pueblo se respira un aire silencioso, una atmósfera cargada de tranquilidad. A unos cientos de metros me dirijo al pueblo originario Ciudad Vieja. Aquí unas pequeñas ruinas de adobe nos dan muestra de la dimensión del terremoto ocurrido en 1930, razón por la que el pueblo fue trasladado.
Rodeando el viejo pueblo volvía a la ruta 40. Me quedaban 32 km para llegar a mi próximo destino. Con 1000 metros positivos, esta es una de las etapas más duras. Durante las primeras subidas empiezo a percibir la altura, pedaleo lentamente, mientras mi cuerpo trata de adaptarse a este nuevo entorno llamado Puna.
Sobre la bici y sin mucha dificultad vadeo una cuantas veces el río. Al parecer en las temporadas de lluvias las corrientes crecientes ocasionan derrumbes, muchas veces haciendo intransitable el paso, esta no fue la ocasión.
Casa de Flavia
A los 4000 msnm se encuentra la última casa habitada, la casa de Flavia. Esta madre de familia aprovecha el paso de turistas y vive de las artesanías que son elaboradas y tejidas con la lana de sus llamas. No es raro que los cicloviajeros deciden pasar la noche aquí, montando la tienda a un costado de su hogar. Sin embargo, yo decidí seguir adelante durante 4 km más y pasar la noche a un costado del río, a 4200 msnm.
A las seis de la mañana despertaba con ansias de llegar al Abra. Mi noche había sido de lo más placentera, seguramente debido a la exigencia y agotamiento físico de los últimos días. La mejor noticia fue que amanecí sin ningún tipo de malestar, el apunamiento podría haber sido uno de ellos. Debemos estar muy atentos, algún malestar físico como dolor de cabeza, náuseas puede indicarnos que estamos apunados y hay que tomar las precauciones para que no pase a mayores. En estos casos, bajar unos metros sería la opción más inmediata.
Desayuné sentado sobre una roca, levantando mi cabeza para observar cómo el camino subía y se perdía a un costado de la montaña mientras las nubes rozaban sus picos. Desmonté la tienda, mi experiencia en los últimos años me decía que mis movimientos debían ser lentos, la altura imponía sus reglas.
Me sorprendió lo bien aclimatado a la altura que estaba, pedaleaba lento pero firme, escuchando mi cuerpo y la naturaleza, mimetizando ambos para que la experiencia fuera máxima. Me detuve para disfrutar del paisaje y tomar algunas fotografías.
Desde este punto en adelante comenzaba el verdadero desafío, una subida constante guiada por curvas zigzagueantes para coronar el Abra del Acay. De no ser posible alcanzarlo, les aseguro que el solo hecho de intentarlo y haber recorrido parte del camino vale la pena.
La subida desde donde yo estaba hasta el Abra era dura, no vamos a decir lo contrario. Son 14 km con unos 1000 m de desnivel positivo, pero existe algo que me hace olvidar todo número y es la convicción, las ganas de lograr algo que por momentos parece imposible.
Vadeo un arroyo y empieza una seguidilla de curvas las cuales recorro poco a poco. Mantener un ritmo lento es fundamental. Si lo que buscamos es disfrutar del camino, detenernos y darnos un respiro no es mala idea. A pesar de mantener una buena temperatura corporal gracias al movimiento, llevar un buen abrigo es importante, la caída del sol hace descender la temperatura bruscamente.
El Nevado del Acay con sus 5700 msnm se impone. De pronto, un fuerte viento me azota, reacciono rápidamente poniendo firmes mis brazos y pienso: “estoy por llegar al Abra”.
¡Una curva más!
Observo un gran montículo de piedras colocadas en forma cónica, ¡una apacheta! Una gran referencia que me indica que estoy en lo más alto 4895 msnm. Me detengo, respiro fuerte una y otra vez cargando de aire mis pulmones. Estoy aquí en lo más alto y, como siempre, la mayor de las satisfacciones. Solo, diminuto, en esa inmensidad, me siento dueño del mundo. La mejor escuela de la vida es la que te enseña al andar. Me da lección sobre esta hostil geografía, sus riquezas, cultura y gente, al tiempo que aprendo un poco más sobre mí.
Ya habiendo cumplido mi meta y con el alma liviana, luego de un pronunciado e impresionante descenso por el camino de cornisa, llego a San Antonio de los Cobres, el día más largo y más duro se convertía en el más satisfactorio.
Preparativos
Dónde dormir
Las opciones para hospedarse son muy amplias, todos los pueblos nombrados disponen de camping, hosterías, hoteles y cabañas. Si nuestro presupuesto es acotado o deseamos un mayor contacto con la naturaleza, la acampada libre es otra muy buena opción, siempre y cuando cuidemos del hábitat. Cabe destacar que desde La Poma hasta San Antonio de los Cobres esta última será la única opción.
Dónde comer
Al igual que encontrar dónde dormir, no será nada difícil poder disfrutar de la gastronomía local en estos lugares. Cafayate, Cachi y San Antonio de los Cobres cuentan con el mayor oferta y podrás degustar los platos más tradicionales como: locro, humita, tamales, empanadas, sopa de quinua y la clásica carne de llama, una opción con antigua tradición. Otra opción es cargar con nuestros propios alimentos, en todos los pueblos encontrarán algún almacén.
Cuando realizar la travesía
Si pudiera elegir el momento ideal para realizar la travesía, sería entre agosto y finales de noviembre, mes en el que yo lo realicé. En verano, la temporada de tormentas hace muy difícil el trayecto, las aguas suben y las carreteras se cortan. Otra posibilidad es entre marzo y junio, aunque un poco más fría, pero con posibilidades de ver al menos algo de nieve que tanto embellece el paisaje.
La bicicleta ideal
Cientos de ciclistas desafían cada año este lugar. Algunos realizan la travesía pedaleando, otros con la bicicleta a cuesta. Algunos con alforjas y otros sin ellas. Por mi parte, llevar lo mínimo e indispensable ayuda a tener un mayor control sobre la bici y a que la exigencia física no sea tanta.
Recomendaría una bici mtb con cubierta de 2,20 pulgadas en adelante y en lo posible tubelizadas. En esta región los cactus y sus espinas están a la orden del día. También, contar con una suspensión delantera podría ser una buena idea, al menos para disfrutar al máximo del descenso. De todas formas, la mejor recomendación es que nada te ate a cumplir un sueño, que tu tipo de bici no sea impedimento mientras tengas las ganas y el valor de hacerlo.
Fotografía Gonzalo Zamorano
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