Después de decidir dejarlo todo para empezar un viaje en bicicleta por Latinoamérica, la Baja Divide iba a ser la primera aventura de esta nueva vida sobre ruedas. Baja California es una península bordeada por el Océano Pacífico y por el Mar de Cortés en el Golfo de California y conforma uno de los 32 estados federales de México.
Había algo que nos llamaba la atención de empezar este viaje por México, y es que sabíamos que el choque cultural y de paisajes no nos iba a dejar indiferentes. Estábamos ansiosos por encontrarnos en medio del desierto, rodeados de cactus y de los famosos cirios.
Estos no se encuentran en toda la ruta, de hecho solo habitan en la parte media de la península, que además es una de las áreas naturales protegidas más grandes de México. Ya llevábamos 10 días de ruta y fue aquí donde sentimos que comenzaba el desierto de verdad y el paisaje que andábamos buscando.
Sabíamos que nos esperaban unos 200 km y 2800 metros de desnivel positivo acumulado de desierto, en los que teníamos que ser autosuficientes como mínimo durante tres días. Aunque 200 km no parecen muchos, el terreno en Baja California es todo menos fácil y rodador. Así que es importante planificar los días pensando que irás un poco más lento de lo que irías normalmente. Además, siempre hay que ir con un poco de margen por si tienes alguna avería.
Ruta 1: Primeros cactus gigantes y primeras siluetas de los cirios a la vista
Un cielo azul, muchas ganas y una parada obligatoria en Nueva Odisea para desayunar y coger fuerzas, y es que el día comienza subiendo. Y siguió subiendo hasta que empezó a oscurecer.
A lo lejos se empezaban a ver los típicos “cardones” esparcidos por la montaña, unos cactus que pueden llegar a crecer hasta 15 metros de altura. Y aunque se intuían grandes, fue verlos de cerca y quedar completamente boquiabiertos. Eran los primeros cactus gigantes que veíamos y para nosotros era todo nuevo.
Una pista rota, con bastante piedra y con unos últimos metros muy duros en los que tuvimos que empujar la bici, nos esperaba para terminar el día. Nos quedaba llegar al punto más alto y estaba oscureciendo. Empezamos a bajar ya casi sin luz para buscar un sitio llano donde acampar en el valle sin tener muy claro lo que nos íbamos a encontrar.
Las siluetas de los primeros “cirios” empezaron a mostrarse delante de nosotros. Encendimos los frontales y ahora sí que estábamos rodeados completamente de cactus de todos los tipos. Paramos en el primer sitio medio despejado que encontramos y nos fuimos a dormir con muchas ganas de levantarnos por la mañana y ver realmente todo lo que había a nuestro alrededor.
Ruta 2: Un día entre cactus y espectaculares cirios
El valle empezaba a coger color. Los primeros rayos de sol iluminaban los cactus que rodeaban nuestra casita de campaña y las espinas brillaban como el oro. Una luz espectacular nos dejaba completamente sin palabras y descubrimos de lleno los cirios que se alzaban a nuestro alrededor.
La sonrisa que se dibujó en nuestros rostros no se borró en todo el día. A cada curva, a cada subida, a cada bajada, aparecía una imagen de película que nos hacía parar para admirar donde estábamos.
El Valle de los Cirios es una explosión de plantas xerófitas que no sólo se han adaptado a la escasez de agua, sino que además te brindan colores de todas las gamas. Es un desierto especial en todos los sentidos.
Al cabo de unas horas de pedaleo en el valle, la pista llega a una carretera poco transitada en la que hay un pequeño restaurante, “El Sacrificio”. No contábamos con encontrar nada abierto ni nada extra durante estos días, así que el platillo de chilaquiles y un poco de agua fue un regalo que nos vino como anillo al dedo.
A partir de aquí, la ruta vuelve al desierto, pero el terreno empieza a cambiar. Algunas subidas pronunciadas, bastante piedra y el viento de cara, hacen que coger ritmo se vuelva cada vez más complicado.
Una vez más, buscar un sitio para acampar fue tarea fácil y al atardecer, nuestra casita se encontraba de nuevo rodeada de cactus que, aunque fueron insuficientes, nos resguardaron un poco del viento.
Ruta 3: La dura llegada a Cataviña
El viento no dio ni un minuto de descanso durante la noche, y durante el día tampoco. Sobre mapa, todo indicaba que sería un día tranquilo, unos 500 metros de desnivel acumulado en alrededor de 70 km. No parecían nada del otro mundo, pero nada más lejos de la realidad. Los primeros 48 km fueron de viento en contra y un terreno en el que era más fácil caminar que pedalear.
La ondulación constante y las piedras no te daban descanso. La sensación era de que no avanzabas nunca. Veníamos de pedalear dos días por un terreno espectacular y pasamos a pedalear por una zona en la que casi no había vegetación. Pero la aventura es lo que tiene, días muy buenos y días en los que inevitablemente toca sufrir.
No fue hasta más o menos el kilómetro 50 que dos formaciones de piedra, una a cada lado de la pista, nos daban la bienvenida a la zona de bloques de Cataviña y los primeros boulders característicos de esta área empezaban a aparecer. Mejoró el terreno, que se volvió un poco más arenoso, y los últimos kilómetros hasta llegar al asfalto fueron realmente divertidos.
Una vez en la carretera principal, antes de llegar al pueblo, hay una desviación en la que puedes acercarte a una pequeña cueva en la que hay pinturas rupestres, otro elemento típico de esta zona.
Hidratación
El agua es vital en estas zonas y de hecho es un elemento muy preciado en Baja California. Es por eso que entre Eloi y yo llevábamos unos 17 litros de agua. Cada uno llevaba 3 litros en las botellas de la horquilla, 1 litro y medio en los dos bidones del manillar y otro litro en el cuadro. Con esto ya sumábamos 11 litros cargados en las bicicletas. Además, Eloi llevaba otros 0,75 litros en un bidón en su mochila, y yo llevaba 2 litros en la mochila de hidratación junto con 2 soft flasks de 0,5 litros, 1,5 litros más en la riñonera y una botella de electrolitos de 0,65 litros atada en la tija del sillín.
Aparte de todo esto, también llevábamos un par de filtros por si de casualidad aparecía agua en algún punto. No contábamos con ello, ya que las precipitaciones son escasas y la mayoría de los arroyos están secos. Pero llevar un filtro ocupa muy poco y te puede sacar de algún apuro.
La mejor temporada para hacer la Baja Divide
Los meses de invierno son los más recomendados para hacer rutas en Baja California. Las noches pueden llegar a ser muy frías, pero durante el día la temperatura es agradable y te permite rodar sin tener que soportar temperaturas extremas de calor.
Sin temperaturas extremas durante el día, la gestión del agua es un poco menos complicada y te puedes permitir el lujo de cocinar algo caliente por la noche y a la mañana siguiente. Es importante escoger bien la época adecuada para cruzar estas zonas de desierto y para pedalear en Baja California si no quieres que una bonita experiencia acabe convirtiéndose en una prueba de supervivencia.
La bicicleta ideal para esta ruta
Para una ruta de estas características, es difícil recomendar una bici que sea ideal para la gran variedad de terrenos que vas a encontrar. Aunque hay algunos aspectos que sí que son importantes y que se tienen que tener en cuenta a la hora de elegir.
El terreno es muy cambiante y pasas de las piedras a la arena, y de la arena al permanente en un abrir y cerrar de ojos. Es por eso que nosotros optamos por una bicicleta de montaña rígida, con una suspensión de 120 mm de recorrido y con unas cubiertas de 2.35. En los tramos de arena, este ancho de cubierta puede quedarse un poco corto, pero con la suspensión y bajando un poco la presión de los neumáticos, se compensa bien.
Como ya he mencionado, tener el máximo de autonomía en Baja California es importante, así que decidimos instalar un dinamo y un convertidor que nos permitiría cargar nuestros dispositivos electrónicos. Por otro lado, rellenamos todos los espacios posibles de nuestra bicicleta con bolsas de bikepacking de manera que entre los dos pudiésemos llevar todo lo necesario para disfrutar al máximo de esta aventura y poder ser autosuficientes durante varios días de ruta.
Fotografía Sónia Colomo y Eloi Miquel
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