Oaxaca es de mis lugares favoritos para andar en bicicleta. Posee paisajes increíbles, comida exquisita, ecosistemas megadiversos, gente muy amable y una red de caminos gravel que atraviesan todo el estado. Es por eso que siempre que puedo regreso a estas tierras con ganas de descubrir un poco más.
En esta ocasión les traigo el relato de una ruta que realicé en el caluroso y seco mes de abril, en compañía de mis amigas Jené y Pao. Durante esta aventura, recorrimos la famosa ruta ‘Oaxaca Escondida’ de poco más de 250 kilómetros, creado por nuestro amigo Cass Gilbert.
La ruta inicia en la capital de Oaxaca de Juárez y llega hasta la costa de Puerto Escondido, específicamente a la playa de Carrizalillo. Tiene un desnivel positivo de 3,608 metros y se puede realizar en 3 o 4 días. Se compone en 70% de caminos de tierra y grava. El trayecto atraviesa la región de los Valles Centrales, para luego cruzar la región de la Sierra Sur, la cual incluye bosques templados y nublados en su parte alta y selvas tropicales en su parte baja.
Para cerrar con broche de oro, la travesía concluye en la región costera de Oaxaca, específicamente en la ciudad de Puerto Escondido, donde podrás gozar de sus paradisíacas playas.
La bicicleta ideal para esta ruta
La bicicleta ideal para esta ruta es una bicicleta de gravel con llantas de mínimo 40 mm de ancho, ya que en la ruta hay segmentos rocosos y arenosos que pueden ser complicados de recorrer con llantas más delgadas.
También, recomiendo una bicicleta con desarrollo suave (idealmente tener una relación de 1:1 o más suave en tu cambio más bajo) que te permita escalar pendientes pronunciadas con una cadencia fluida sin tener que hacer un esfuerzo excesivo. Esta ruta tiene mucha escalada con pendientes que llegan hasta el 20%.
Se debe tener presente que en muchos de los senderos de la ruta hay espinas y rocas filosas, así que las llantas tubeless son una buena opción para reducir la probabilidad de ponchaduras. Recuerda siempre llevar por lo menos una cámara de repuesto y suficientes parches.
Lo que necesitas saber antes de realizar esta ruta
Equipo básico: La ruta idealmente se puede hacer en tres o cuatro días, por lo que es posible viajar ligero. Puedes llevar bolsas estilo bikepacking o alforjas. El equipo básico que debes de llevar es una casa de campaña, bolsa de dormir y un aislante térmico. Las noches pueden ser bastante frías y con mucho viento.
Te recomiendo luces para tu bicicleta por si tienes que rodar por la noche, en la sierra no se ve nada. También lleva una linterna y como mínimo una batería de respaldo. Considera llevar herramientas básicas como un cortacadenas, pinzas y llaves Allen, te pueden salvar de algún problema mecánico menor.
Dinero: Oaxaca de Juárez y Puerto Escondido son los únicos lugares donde podrás sacar efectivo de un cajero automático, considera esto al planear tu viaje.
Comida: En toda la ruta pasarás por poblados donde hay restaurantes o alguna tienda para reabastecerse. Recomiendo llevar únicamente snacks ligeros para emergencias.
Agua: No es necesario llevar más de 3 litros de agua por día. Siempre pasarás por algún poblado en donde podrás conseguir agua potable.
Clima: Esta ruta presenta algunos retos climáticos durante todo el año. Es importante que consideres que durante la primavera las temperaturas son muy altas y el ambiente está muy seco, lo que hace muy difícil rodar durante los momentos de sol intenso. En el verano también hace calor y sol intenso, pero llueve mucho; y en invierno hace mucho frío en la región de la Sierra Sur. Otoño puede ser el momento ideal para recorrer esta ruta.
Día 1 – de Oaxaca a Agua Blanca por la región de los Valles Centrales
Lugares de interés
- Centro de Oaxaca de Juárez: Capital del estado de Oaxaca. Es el punto de partida de la ruta y es un buen lugar para abastecerse de comida y agua, e inclusive artículos de ciclismo. Llegan autobuses cada hora desde la Ciudad de México.
- San Martín Tilcajete: Poblado con una larga tradición en la elaboración de alebrijes. Hay una gran cantidad de talleres con alebrijes únicos.
Del asfalto a la terracería
Iniciamos la ruta en la plaza de Santo Domingo, esa mañana había mucho caos en las calles del centro de Oaxaca. Había quienes iban a trabajar y quienes estaban preparándose para la Semana Santa que comenzaba. Y como suele ocurrir en toda ciudad grande, fue bastante caótica la salida.
Una vez que logramos salir de la ciudad, nos metimos por un camino de tierra que atravesaba unos campos de cultivo de maíz. Conforme avanzábamos, iban desapareciendo los cultivos, dando paso a los matorrales. De repente escuchábamos ruidos muy extraños, solo puedo pensar que sonaba parecido a algo eléctrico, como un transformador de luz que emanaba una onda en medio de la naturaleza. Obviamente, ese pensamiento no tenía sentido porque no se veía nada a la distancia. Fue muy extraño. Tiempo después supimos que eran cigarras sedientas que pedían lluvia con sus peculiares cantares. Y es entendible, el ambiente se sentía demasiado seco, se sentía en nuestra piel y al respirar.
Después de un rato el camino de tierra nos sacó a una carretera bastante tranquila, que se dirigía a la costa. Continuamos nuestra travesía por esta carretera alrededor de una hora, pero me pareció eterna.
Para hacer el trayecto más difícil, enfrentamos un ascenso prolongado, sin ningún árbol que nos cubriera del intenso sol. Eventualmente, llegamos a la desviación en donde tomamos rumbo hacia el poblado de San Martín Tilcajete, y nos salimos de aquella carretera calurosa.
Un pueblo de alebrijes
San Martín Tilcajete es un poblado con una extensa tradición en la elaboración de alebrijes. Pareciera que cada casa de este poblado es un taller familiar en el que podrás ver muchas criaturas imaginarias de diferentes tamaños y colores. Se pueden ver alebrijes de cartonería o tallados en madera, que se supone es una adaptación local.
Pasar por sus calles llenas de murales fue muy agradable, casi parábamos en cada mural para tomar una foto. Pasamos por algunos talleres cerca del centro de Tilcajete y compramos alebrijes pequeños para llevarles a nuestros seres queridos como recuerdo.
La ruta nos mandaba por calles pavimentadas que después de varias vueltas por el pueblo, nos llevó al fin, a un camino de terracería que nos sacaba del poblado y se adentraba en lo que parecía ser un semidesierto.
Perdidas
Rodamos un largo rato por un camino de tierra que sé abría paso entre cactus y matorrales. Pasamos un pequeño arroyo y las partes de mayor dificultad solo eran segmentos con rocas sueltas. Casi todo era plano. Agradecimos que no hubiera desnivel, pero el calor cada vez se tornaba más insoportable.
Pasábamos el pequeño arroyo y luego lo perdíamos un rato, para luego volverlo a cruzar. En un punto, cuando nos dimos cuenta ya nos habíamos pasado de la ruta e hicimos 5 kilómetros extra hacia un poblado que no teníamos contemplado pasar. No quedó de otra más que regresar. Ese punto lo identificarás en la ruta fácilmente, no sigas nuestro desvío y pon atención en los cruces del arroyo para que no des una larga vuelta a la izquierda.
Temporada seca en el semidesierto
Después de perdernos un poco, y de rodar en la peor hora de calor, llegamos a Asunción Ocotlán y paramos en un comedor. Comimos el tradicional mole coloradito y tomamos una caguama (cerveza tamaño familiar) para refrescarnos.
Terminamos de comer y nos quedamos un rato platicando, pero como el lugar era pequeño y estaba llegando mucha gente, optamos por irnos.
Seguimos avanzando y pasamos por un pequeño taller de bicis que dejé mapeado en la ruta. No duramos mucho tiempo rodando, el calor ya era insoportable, nuestras caras se veían quemadas y nuestras miradas lo decían todo, la íbamos a pasar muy mal si intentábamos seguir.
Vimos una pequeña tienda en el poblado de Monte de Toro y paramos a comprar agua mineral fría. Pao le preguntó a la señora que atendía si podíamos quedarnos un rato en la sombra de la tienda, quien nos dejó pasar a su patio.
Nos ofreció hielo y se puso a platicar con nosotras por un par de horas. Es más, hasta nos ofreció comida para hacernos un taquito. Primero le dijimos que no era necesario, no queríamos darle molestias, pero insistió, así que agradecimos el gran gesto y comimos con ella y su familia.
Acampada libre
El tiempo se pasó volando en el patio de la tienda, y sin darnos cuenta cuando decidimos irnos ya se estaba poniendo el sol. Nos despedimos de la señora y de su familia, agradecimos su amabilidad y partimos, tratando de avanzar un poco más antes de que anocheciera.
Nos atrapó la noche y aún no encontrábamos un buen lugar para acampar. Pasamos por muchas casas y terrenos con alambres de púas donde no se veía posible poner nuestras tiendas de campaña. Después de un buen rato buscando, acordamos avanzar más y acampar en algún espacio libre que viéramos en el camino.
Ya íbamos muy cansadas y yo ya me quería acostar, así que en cuanto pasamos por la agencia de policías de Agua Blanca, se me ocurrió pedirles permiso a los oficiales de acampar afuera de la estación. Aceptaron sin pensarlo dos veces. Pusimos nuestro campamento afuera de la estación y nos preparamos para dormir.
Día 2 – de Agua Blanca a San Pablo Coatlán por pendientes irreales
Lugares de interés
- San Vicente Coatlán: Poblado con varios restaurantes y tiendas. Ideal para reabastecer y descansar.
- Casa de Rochy en San Pablo Coatlán: Alojamiento con opción de cabañas o espacio para acampar con duchas de agua caliente. Tiene una vista panorámica a la Sierra Sur, además de que tiene cerca diversas tiendas y establecimientos de comida. Cerca de ahí, cruzando el arroyo, se encuentra un taller de motocicletas en donde también arreglan bicicletas.
Coffee outside
Al despertar, después de levantar el campamento, decidimos avanzar un poco hasta encontrar un lugar con una linda vista para hacer el desayuno y preparar café. Avanzamos poco menos de veinte minutos y encontramos el lugar ideal. Nos instalamos junto a un camino de tierra, al lado de un campo de cultivo con vista a unos cerros pequeños.
Se nos fue buena parte de la mañana en el desayuno. Para cuando decidimos iniciar la ruta ya hacía, otra vez, calor intenso y sol quemante. Nos aguantamos un poco el calor y tratamos de avanzar lo más posible.
Camino tranquilo
Todo este día fue de mucho ascenso por un camino de terracería, afortunadamente no había carros que pasaran por ahí. De vez en cuando pasaban camionetas y mototaxis que nos saludaban. Fue bastante duro, pero las vistas de los campos de cultivo de maguey eran increíbles.
También cruzamos arroyos y vimos muchas cabras y vacas en el camino. Fue entretenido hasta que nos topamos con la nueva carretera, de repente todo se tornó confuso.
El primer encuentro con la nueva autopista a Puerto Escondido
Salimos a la autopista y teníamos que cruzar para no seguir la ruta de caminos de tierra, pero un cruce estaba muy extraño y fue difícil identificarlo. Recomiendo poner mucha atención en toda la parte cercana a la autopista, muchos cruces desaparecen o cambian.
Una vez que cruzamos por un puente que se veía nuevo, rodamos un rato por la autopista. Había muchos camiones de carga circulando sobre ella y personas involucradas en su construcción de la autopista.
La pendiente en esta sección es bastante decente, por un momento pensamos seguir toda la carretera para llegar a Puerto Escondido porque ya estábamos muy cansadas, pero al final decidimos seguir la ruta que ya habíamos planeado recorrer.
La recomendación por si decides seguir toda esa parte de la autopista, es que lleves comida y agua para una jornada completa, ya que no encontrarás nada en todo un día.
Eterno ascenso
Nos salimos de la autopista en construcción y comenzamos a escalar por uno de los segmentos más difíciles de toda la ruta. Claro, este segmento posee vistas muy hermosas a los campos de maguey, pero también posee muy pocos lugares con sombra y muchas subidas y bajadas con pendientes brutales. En más de una vez, nos cuestionamos si había sido un error el no haber continuado por la autopista.
Descansamos cada vez que veíamos algún árbol con sombra, y con mucho esfuerzo llegamos a San Vicente Ocotlán en donde encontramos un comedor con un billar, descansamos un rato ahí, esperamos a que bajara el sol.
Rodada nocturna
Salimos un poco tarde del comedor y nos tocaba otro ascenso importante antes de llegar a San Pablo Coatlán, donde planeábamos llegar a dormir. No sabíamos si ya no llegar o aferrarnos al plan. Lo reflexionamos bastante, y decidimos seguir adelante con el plan de llegar a San Pablo. Todo ese segmento de 20 kilómetros antes de llegar al poblado fue durísimo. Nos tocó subir por rampas de 20% de inclinación, por lo menos ya no teníamos el sol abrasador sobre nosotras. Terminamos de subir y se hizo de noche.
El descenso hacia San Pablo lo hicimos por una carretera pequeña con muchas curvas cerradas. Son diez kilómetros con gran pendiente, a veces la ruta se metía por caminos de tierra y luego nos sacaba a una carretera poco transitada.
Todo iba bien hasta que noté que mi bicicleta no frenaba nada de atrás y muy poco de adelante. En ese momento no le dije a mis amigas porque no quería asustarlas, pero me dio mucho miedo. Sentía que me jalaba la curva al carril opuesto, afortunadamente no había muchos carros circulando en la carretera. Trataba de ir lento y frenar un poco con los pies. No sabía qué había ocurrido, pero como ya estábamos hartas y ya estaba muy oscuro, no era opción detenernos a revisar ahí.
Fue ya casi llegando a San Pablo, que Jené y Pao me preguntaron si estaba bien y obviamente lloré poquito, les dije que mis frenos estaban mal y que quizás había arruinado el viaje. Me tranquilizaron y nos fuimos despacio para que pudiera frenar con el pie en esa gran bajada.
Ya en San Pablo notamos que no teníamos nada de internet y teníamos que buscar el alojamiento que me habían recomendado mis amigos que ya habían hecho esta ruta. Solo sabíamos que se llamaba ‘Casa de Rochy’, así que le preguntamos a la gente que veíamos en la calle si sabían algo. Tuvimos que preguntarle a varias personas durante una hora para poder dar con el lugar, para entonces ya eran las diez de la noche.
Tocamos la ventana y nos recibió la señora Rosa, nos indicó dónde podíamos acampar. Pusimos las casas junto a los baños y dormimos. Definitivamente, el día más difícil de la ruta.
Día 3 – de San Pablo Coatlán a Santa Martha Lorixa por la Sierra Sur
Lugares de interés
- San Baltazar Lorixa: Poblado con diversas opciones de tiendas y restaurantes.
- Vista panorámica a la Sierra Sur: Este día llegarás al punto más alto de la ruta, en donde hay diversos miradores. Dejé marcados los puntos para que puedas observar la Sierra Sur en todo su esplendor.
- Santa Martha Lorixa: Poblado con tiendas para reabastecerte.
Eventos desafortunados
Despertamos justo cuando empezó a amanecer y, con mucho frío, comenzamos a levantar el campamento. Me asomé al patio de la casa que tenía una hermosa vista a la Sierra Sur.
Nos sentamos un rato a preparar café y contemplar la vista panorámica a la sierra. Como el día anterior rodamos mucho tiempo por la noche, no habíamos notado la transición de semi desierto a bosque. El olor a bosque era muy fuerte. Por donde volteábamos se veía un hermoso color verde oscuro. ¡Por fin habíamos llegado a la Sierra Sur!
Desayunamos y nos despedimos de la señora Rosa que nos trató muy bien. Le platicamos que planeábamos llegar ese día a Puerto Escondido, pero nos comentó que todavía nos faltaba mucha subida. Que era probable que llegáramos hasta el siguiente día. Nos sugirió no tener expectativas tan altas; esperábamos que se equivocara.
Tan feliz estaba por la mañana que había olvidado que no tenía frenos. Cuando llegamos al centro de San Pablo pregunté a unos señores si sabían de un taller de bicis. Honestamente, no esperaba encontrar nada, y taller de bicis como tal no había, pero los señores me mandaron a un taller de motos que también arreglaba bicicletas. En el mapa dejé el taller por si lo necesitan.
Nos costó trabajo llegar al taller, no estaba lejos pero sí muy escondido, tuvimos que cruzar dos arroyos para llegar. Ya en el taller corroboramos que las balatas de mis frenos no estaban tan gastadas como creía, por fortuna todavía aguantaban unos días más de viaje. Lo que había pasado era que por tanta vibración se aflojaron mis frenos y en algún momento se cayó la perilla que regula el frenado y nunca me di cuenta. Jamás le había puesto atención a ese detalle de mi bicicleta, me dio un poco de pena no haberlo notado y tampoco haber cargado pinzas en mi equipaje. El señor que atendía el taller me prestó sus pinzas y ajustamos mis frenos. Al menos aprendí una valiosa lección. Ya que resolvimos ese problema, continuamos con la ruta. ¡Qué importante es conocer bien tu bici!
Confusión en la autopista
A los pocos kilómetros de salir de San Pablo nos encontramos otra vez con la construcción de la autopista a Puerto Escondido. Había muchos trabajadores, camiones y maquinaria pesada, fue bastante estresante. Recorrimos unos seis kilómetros en la autopista y luego paramos.
Nos dimos cuenta que no vimos la desviación al camino de tierra que nos llevaba a San Francisco Coatlán. Por suerte encontramos una pequeña bajada que conectaba con un camino de tierra que también nos llevaba a San Francisco. Toda esa parte nos tocó con calor extremo, ya que por la autopista casi no había árboles y se sentía el efecto de isla de calor debido a tanto asfalto.
Ya que salimos de San Francisco seguimos ascendiendo, pero ahora, por un estrecho camino boscoso. A veces pasaban camiones con madera y muchos taxis a una velocidad peligrosa. Mientras más ascendíamos, teníamos mejores vistas panorámicas de la sierra.
Paramos mucho a tomar fotos o simplemente a contemplar lo alto que habíamos logrado llegar con nuestras piernas. Era impresionante que hayamos logrado llegar tan arriba.
El descenso más largo e inclinado de mi vida
Fueron casi 20 kilómetros de descenso entre curvas de caminos de tierra, cemento y rocas. Nuestros dedos iban cansados de tanto frenar. Por un momento pensamos que a ese ritmo con certeza llegaríamos esa noche a Puerto Escondido.
En un punto del descenso me detuve a fotografiar a un tlacuache (zarigüeya) que estaba en la carretera. Estaba asustada y se quedó quieta. Se asustó aún más cuando llegaron Pao y Jené. Estaba tomando la foto cuando de repente escuché una especie de disparo o explosión. El tlacuache huyó y yo volteé a ver a las chicas. En cuanto volteé vi que la llanta de Jené había explotado.
Se nos hizo muy raro que explotara su llanta, más porque era tubeless. Nuestra hipótesis fue que como íbamos descendiendo muy rápido y con peso, además de que los frenos que tenía eran de rin, el rin se calentó y calentó la llanta, lo que a su vez expandió el aire de adentro de la llanta hasta que explotó.
La llanta no recuperaba su forma, por lo cual no podía rodar -literal- adecuadamente, así que le tuvimos que poner una cámara interna para que recuperara la forma y Jené pudiera utilizar nuevamente su bici. Se hizo un poco tarde, así que perdimos esperanzas de llegar ese día a Puerto Escondido.
Seguimos descendiendo y llegamos a San Baltazar Lorixa en donde encontramos un restaurante con deliciosa comida y una hamaca, el lugar ideal para descansar un rato. Abandonamos la idea de llegar a Puerto Escondido y decidimos avanzar unos 10 o 15 kilómetros más.
Otra rodada nocturna
Salimos de San Baltazar justo al anochecer. Rodamos un largo rato por un camino de tierra. Pasaban de vez en cuando algunos mototaxis, era fácil reconocerles a la distancia porque llevaban música y luces de colores. De repente notamos que estábamos ascendiendo otra vez, fue una gran decepción porque pensábamos que ya solo seguía pura bajada hasta el siguiente poblado, pero no. A veces la inclinación se ponía muy complicada y teníamos que empujar las bicicletas.
Duramos un par de horas rodando en medio de la sierra en la oscuridad. Se escuchaban otra vez las sedientas cigarras. Los ánimos ya estaban muy abajo, pero yo trataba de mantenernos y de hacernos reír con comentarios graciosos. Pasó un largo rato y yo ya no esperaba llegar al siguiente poblado.
Me puse a buscar un sitio para acampar, sin embargo, todo estaba cercado o era acantilado. Continuamos ascendiendo ya sin nada de ganas ni energías hasta que por fin llegamos a la bajada.
Pao descendió súper rápido, yo me esperé porque dejé de ver la luz de Jené y no quería dejarla atrás. De repente vi que se acercaba a mí lentamente. Solo me gritó “lo siento” y ya que estaba junto a mí vi que su llanta había explotado otra vez. Al menos ya se veían las luces de Santa Martha Lorixa.
Caminamos hasta llegar al centro. Allí encontramos a Pao, a quien le pareció gracioso lo que nos pasó. Yo ya no sabía si reír o llorar, opté por reír.
Nuestro plan en Santa Martha era pedir permiso para acampar en las canchas de basquetbol o afuera de la estación de policía. Desafortunadamente, tuvimos que cambiar el plan, ya que había una fiesta en el poblado y mucha gente bebiendo cerca del centro, no nos sentíamos cómodas acampando cerca de la fiesta.
Por suerte, Pao conoció a una señora en las canchas y platicó un rato con ella en lo que nosotras descansamos. Le preguntó si sabía de algún lugar seguro para acampar y la señora le dijo que podíamos ir a su casa. Nos presentó a su familia y platicamos otro rato y nos dejó acampar en una cocina que casi no utilizaba.
Día 4 – de Santa Martha Lorixa a Puerto Escondido
Lugares de interés
- Arroyo Colotepec: Arroyo cerca de la localidad de Santa Martha Lorixa. Hay puestos de comida y es el lugar ideal para parar a descansar y nadar un poco.
- Playa de Carrizalillo: Pequeña bahía en Puerto Escondido de agua color verde-azulado con oleaje suave y de poca corriente. Cerca de la playa hay hostales, hoteles y restaurantes.
- Hostal Shalom: Hostal con camping en la plaza de Carrizalillo.
Despertamos y ayudamos a Jené a arreglar su llanta. Otra vez le tuvo que poner una cámara a su llanta tubeless para que recuperara la forma.
Recogimos nuestras cosas y al salir a despedirnos vimos que la señora y su familia habían preparado atole y frijoles para que desayunáramos antes de irnos. Estábamos muy agradecidas. Era muy agradable platicar con todos, así que nos fuimos un poco tarde.
Salimos rápido de San Martha y nos fuimos por un camino de tierra con vistas hermosas a la sierra, todavía seguíamos muy alto. No pasó mucho tiempo cuando nos dimos cuenta que Pao estaba ponchada. Paramos a parchar su llanta porque las cámaras que tenía de repuesto se las había tenido que donar a Jené el día anterior. Pao parchó rápido su llanta y continuamos con el descenso hacia Puerto Escondido.
De repente pasamos por un puente y vimos un arroyo a la distancia. Decidimos bajar a nadar un poquito porque teníamos mucho calor. Bajamos al río y nos metimos con nuestra ropa. Procuramos no tardarnos mucho tiempo nadando para retomar la ruta pronto, no sabíamos qué tan difícil sería la última parte de la ruta.
Estuvo difícil el segmento después del río, mientras más descendíamos hacía más calor y de repente el descenso constante se acabó y pasamos varios repechos. Era muy cansado subir y bajar bajo el sol, sentía mi piel ardiendo. Pasamos un largo rato aguantando las difíciles condiciones hasta que llegamos al pavimento. Después de tanto brincoteo los últimos cuatro días, se sentía muy agradable poder rodar rápido y sin rebotar.
Pasamos por una tienda y nos dimos cuenta que, otra vez, Pao estaba ponchada. Aprovechamos la sombra de la tienda y ahí le ayudamos a parchar su cámara. Para nuestra mala suerte los parches no pegaban bien por el calor que hacía. Nos tardamos mucho esperando a que su cámara vulcanizara y quedara lista para ser utilizada. Ya estábamos un poco desesperadas. Nos tomamos varias cervezas resolviendo ese problema, ya solo queríamos llegar. Por suerte resolvimos como equipo y pudimos continuar.
Seguimos la ruta por una carretera que tenía varias subidas y bajadas, ya no podíamos con más repechos, pero eran tantas nuestras ganas de llegar que no bajamos el ritmo. De repente empezó un descenso constante. ¡Ya estábamos muy cerca del mar!
En una bajada noté que mi bici se sentía rara. Vi mi llanta delantera y noté que estaba ponchada. Yo ya estaba harta de las ponchaduras, intenté inflar la llanta (sin tener que desmontarla) para ver si aguantaba a llegar a Puerto Escondido, pero no se mantenía nada inflada, estaba muy ponchada mi llanta y tenía que cambiarla.
Estaba tan cansada que ya ni podía sacar la llanta del rin, no tenía nada de fuerzas, estaba a punto de pedirle ayuda a algún extraño en la carretera. Afortunadamente, Jené me ayudó a mantener la paciencia y entre las dos logramos cambiar la cámara de mi llanta. Avanzamos y eventualmente alcanzamos a Pao que se había separado un rato.
Continuamos con el descenso y vi algo extraño en el horizonte, miré bien y vi que era el Océano Pacífico. Paramos para celebrar que lo habíamos logrado. ¡Ya casi llegábamos con nuestras bicicletas a Puerto Escondido! Me dieron ganas de llorar, estaba muy orgullosa de lo que habíamos logrado.
La felicidad no nos duró mucho, notamos que Pao otra vez estaba ponchada y ya no tenía nada de paciencia para intentar poner otro parche. Así que faltando 8 kilómetros para llegar a Puerto Escondido Pao y Jené decidieron tomar una camioneta. Esa decisión me puso triste, pero era entendible, yo también ya estaba muy desesperada de desmontar todo y volverlo a montar.
Me aferré y rodé esos últimos 8 kilómetros rumbo a Puerto Escondido sola. Ya estaba molida. No tenía nada de fuerzas para rodar por los últimos repechos, trataba de no pensar en nada. Me motivaba escuchar y ver el mar a la distancia.
Llegué a la entrada del hostal y me recibieron Jené y Pao con un vaso de cerveza fría. Brindamos por haber logrado rodar por esa ruta tan difícil. Nos quedamos fascinadas por todo lo que vimos, la gente tan agradable que nos cuidó y nos trató bien en el camino, y también las cosas que aprendimos.
Y así terminó un viaje en bici de 4 días que se sintió como un mes. Me siento muy afortunada porque siempre me sentí respaldada por mi equipo a pesar de las adversidades que se nos presentaron. Además de que tuvimos mucha suerte de conocer gente que se preocupó por nuestro bienestar, siempre nos sentimos seguras. Me gustó la ruta, la haría de nuevo sin duda, quizás ya no durante la seca primavera.
Fotografía Paola Berber
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