Parece que tienes que ir lejos para pedalear entre volcanes. Siempre pensamos que lo más probable es que tengas que coger un avión y recorrer 5.000 kilómetros o subir a un barco y cruzar un océano entero. Pero pocas veces piensas, que cerca de casa puedes tener aquella aventura que te llama y te está esperando.
La comarca de la Garrotxa, en Girona, te permite disfrutar de un paisaje y una gastronomía totalmente diferente al resto de Cataluña. En una sola comarca se extienden más de 40 volcanes. Los nutrientes procedentes de estas tierras volcánicas, junto a unas condiciones climatológicas características, configuran un entorno natural único y una variedad gastronómica inigualable.
No se nos ocurre un territorio mejor para planear 3 rutas ciclistas que nos permitan conocer un poco más la historia y la cultura de este territorio, además de probar y cargar pilas gracias a los platos tradicionales de la zona, y finalmente aprender un poco más sobre geología y vulcanología. ¿Puede una zona ser más completa?
Empezaremos la primera ruta en la Vall de Bianya, una zona repleta de historia en que su densidad de vegetación y su orografía te pondrán a prueba sobre la bicicleta, pero debido a su gran belleza y su característico verde, te enamorará a cada kilómetro.
Es bastante común que al pensar en la Garrotxa, la relaciones rápidamente con uno de los hayedos más conocidos y más visitados de Cataluña, La Fageda d’en Jordà. En la segunda ruta, entraremos en la boca de un volcán y pedalearemos sobre mantos de hojas que año tras año se van acumulando y nos concederemos el placer de perdernos por sus caminos, experiencia que seguramente no olvidarás.
La mayor parte del territorio suele tener una altura de unos 600 metros, pero hay una montaña que presume de ser el punto más alto de la comarca, el Puigsacalm (1.515 metros). En nuestra tercera ruta llegaremos a la cima de la montaña más alta de la Garrotxa, podremos observar, encima de la bicicleta, toda la extensión de la comarca y la gran variabilidad en la orografía.
Ruta 1: Vall de Bianya
Cuando hablamos de la Vall de Bianya, no solo hablamos de un valle, sino de un territorio formado por varios de ellos. La Vall del Bac, la Vall de Carrera, la Vall de Sant Ponç son los diferentes valles que conforman esta zona, y que por este motivo se le conoce como “el Valle de Valles”.
Empezamos nuestra ruta en el Monestir de Sant Joan les Fonts, una iglesia románica del siglo XII. Desde su creación hasta el siglo XV, vivió allí una comunidad muy activa de monjes, pero a finales de ese siglo se abandonó. Observando el gran tamaño de la iglesia, puedes imaginarte la importancia que tuvo este monasterio en su época. Dejamos la furgoneta en el aparcamiento del monasterio, un magnífico lugar para pernoctar.
Desde allí, empezamos la ruta atravesando el pequeño municipio que tiene el mismo nombre que el antiguo monasterio. El primer tramo hasta Hostalnou de Bianya coincide con una vía verde cicloturista, por lo que los primeros kilómetros serán fáciles y rápidos, aquí aún no sabíamos lo que nos esperaba más adelante.
Llegamos a Hostalnou de Bianya y, por sorpresa, coincidimos con una de las tradiciones más características y curiosas de las fiestas en Cataluña, els Gegants (los Gigantes).
Son figuras humanas de grandes dimensiones hechas con madera y yeso y conducidas, desde dentro, por una persona que carga con todo el peso. Estas figuras humanas suelen representar reyes, nobles o personajes históricos. Sus orígenes se remontan al siglo XIII y, en muchos pueblos y ciudades, ha permanecido esta tradición, hasta el punto que actualmente se calcula que hay 35.000 gegants en toda Cataluña.
Ver bailar estas figuras enormes al ritmo de tambores y grallas (instrumento de viento típico) fue un gran regalo durante la ruta, y aún más, cuando los pocos habitantes de Hostalnou de Bianya nos invitaron a unirnos en el desayuno que habían organizado para celebrar las fiestas del pueblo. Un poco de pan con tomate y embutido de la zona fue suficiente antes de volver a pedalear.
Seguimos con nuestra ruta y abandonamos la vía verde cicloturista para adentrarnos por unos caminos cada vez más técnicos. El tramo hasta la Ermita de Santa Llúcia de Puigmal requiere de técnica y experiencia encima de la bicicleta.
Es un bosque denso, con bastante desnivel y con zonas rocosas que requieren muchas veces bajarse de la bici. Son 5 kilómetros duros y difíciles, pero la belleza del paisaje merece la pena.
Después de cruzar ríos y arroyos, empujar la bici y descender por alguna trialera técnica, llegamos al Pont de la Rovira, un puente que parece ser posterior a la época románica y que está bastante deteriorado, pero que se encuentra en un paraje ideal para realizar una parada y recuperar fuerzas.
Cada kilómetro que recorremos nos exige más que el anterior, pero después de mucho esfuerzo llegamos a la ermita de Santa Llúcia de Puigmal, una ermita del siglo XII.
Por fin pedaleamos por un camino y dejamos atrás las trialeras que tanto nos han desgastado. A partir de aquí la ruta ya discurre por caminos y pistas forestales que podríamos recorrer con una bici de gravel.
Por uno de estos caminos “graveleros”, seguimos la antigua Vía Romana de Capsacosta, un antiguo camino adoquinado que sirvió de comunicación entre zonas y territorios. Estas vías se crearon entre el año 8 y 2 antes de Cristo para conectar Roma con varias ciudades del imperio romano en el Mediterráneo.
De hecho, la vía de Capsacosta conecta con la Vía Augusta, que tiene una longitud de unos 1.500 km y conectaba, desde los Pirineos, con la vía Domitia desde Roma hasta la ciudad de Cádiz. Es impresionante recorrer en bicicleta esos caminos que sirvieron hace más de 2.000 años para transportar mercancías.
Ya solo nos queda pedalear unos cuantos kilómetros más para llegar a las huertas de Sant Joan les Fonts, el pueblo donde empezamos la ruta. ¡Cultura, naturaleza e historia a partes iguales!
Ruta 2: Volcanes, alubias y hayedos
Bicicletas preparadas, transmisión engrasada, bidones llenos de agua, tracks cargados en el dispositivo GPS y parte meteorológico consultado. Lo tenemos ya todo preparado para nuestra segunda aventura en la Garrotxa. Cargamos las bicis en el portabicis de la furgoneta y… ¡Una rueda pinchada! ¿Qué mejor manera de empezar el día verdad?
Después de cambiar la rueda de la furgoneta nos dirigimos a Les Preses, un pueblo al lado de Olot, donde empezaremos nuestra ruta.
Comenzamos la aventura pedaleando por la Vía verde de “el carrilet” que va de Olot a Girona. Una magnífica vía ciclista muy recomendable y apta para todos los niveles. Un carril bici bien señalizado y con equipamiento diverso (incluso un parque de bici trial), que es más que evidente por la afluencia de usuarios, que es un canal de bienestar y deporte para las poblaciones vecinas. En este momento nos planteamos la importancia de este tipo de infraestructuras, que además de fomentar el uso de la bicicleta, tanto a nivel deportivo como a nivel de transporte, también contribuye en generar espacios saludables para que la población realice deporte al aire libre. Es de vital importancia la creación de espacios para realizar deporte y es nuestra responsabilidad hacer uso de ellos y mantenerlos correctamente.
Dejamos atrás el carril bici y transitamos por un singletrack sinuoso entre el bosque hasta llegar al último volcán de la península ibérica en entrar en erupción hace 11.500 años, el volcán Croscat.
Es un volcán del tipo estromboliano que en su día inundó de lava gran parte del territorio que hoy recorremos en bicicleta. El volcán se puede visitar y es muy curioso hacerlo, ya que es fruto de una explotación minera que se realizó durante años en el propio volcán para obtener greda (un tipo de arcilla de origen volcánico), se puede apreciar parte del interior del volcán y observar las entrañas de lo que un día fue una caldera de fuego.
Seguimos pedaleando entre fértiles campos verdes y caminos negro-rojizos, bordeamos algún que otro pequeño volcán que si no es vía satélite los confundes con una caprichosa colina que se levanta entre campos.
Ya es mediodía, el cuerpo nos está pidiendo una parada para comer. Cuando pasamos por el pueblo de Santa Pau paramos en la plaza para degustar un manjar típico de la Garrotxa y propio del pueblo en el que estamos, las famosas “mongetes de Santa Pau”. Se trata de una pequeña y delicada alubia blanca que es una joya gastronómica, cultivada en tierras volcánicas que le otorgan unas características únicas de sabor y textura.
Ya con las barrigas llenas, nos disponemos a arrancar de nuevo la marcha, pero no sin antes pasear por el casco antiguo del pueblo. Una vez terminada la visita obligada, nos ponemos en marcha para empezar lo que será una dura subida por la ladera de uno de los volcanes más emblemáticos de la Garrotxa, el volcán de Santa Margarida.
Al tratarse de un espacio natural protegido tenemos que bajarnos de la bici y continuar andando, pero os aseguramos que merece la pena. Con un escaso kilómetro y medio nos plantamos en el centro del cráter del volcán, una llanura verde de 2 kilómetros de perímetro que un día fue la boca de uno de los volcanes más activos de la zona. Justo en el centro del cráter se encuentra la emblemática ermita románica de Santa Margarida, construida en el siglo XII pero con algunas reformas a posteriori fruto de movimientos sísmicos.
Ya solo nos queda emprender el regreso al punto de partida, y para hacerlo cruzamos el que, probablemente, es el hayedo más famoso y visitado de Cataluña, la “Fageda d’en Jordà”. Se trata de un bosque de hayas que crecen encima de la colada de lava del volcán Croscat, que visitamos por la mañana. Las densas copas de las hayas impiden que la luz del sol penetre dentro del bosque, generando un ambiente mágico que ha servido de inspiración de tantos artistas. Avanzamos por pequeños caminos custodiados por unos muros de piedra volcánica que nos conducen sobre un manto de hojas secas. Aquí dentro, el tiempo toma otra dimensión, los colores se suavizan y una acústica particular que es capaz de amortiguar cualquier sonido hace que el entorno te abrace como si formases parte de él.
Después de perdernos por los incalculables caminos del hayedo, aparecemos en el pueblo de Les Preses, nuestro final de ruta. Aquí encontramos un horno muy auténtico y decidimos parar para tomar un café y repasar todo lo vivido durante la ruta realizada.
Ruta 3: La cima de La Garrotxa, el Puigsacalm
Son las 08:00 AM de una mañana de noviembre, el termómetro de la furgoneta marca unos gélidos -2ºC de temperatura. Al café que nos hemos tomado por la mañana le está resultando difícil mantener nuestros cuerpos sin tiritar. Nuestra amiga Anna, que hoy nos acompaña junto a su perrita Boira, tiene los labios morados del frío, Boira en cambio, tiene ganas de empezar la ruta y nos lo comunica de forma insistente con su característico ladrido.
Tenemos la intención de llegar a la cima del Puigsacalm, la cima más alta de la Garrotxa y de toda la Sierra Transversal. Para hacerlo, iniciamos la ruta desde el pueblo de Vidrà en la comarca vecina del Ripollès, ya que desde este lado la subida es geográficamente menos accidentada y más ciclable.
Comenzamos a pedalear con los cuerpos agarrotados por el frío. Los tres vamos tapados con nuestras chaquetas dejando ver nuestras narices y poco más. La perrita Boira lidera el pelotón pareciendo saber donde nos tiene que guiar.
Después de unos kilómetros y algunas cuestas, nos empiezan a sobrar capas de ropa que nos vamos quitando a medida que avanzamos.
El camino hacia el Puigsacalm es ameno y divertido, seguimos primero la riera de Vila Vella y después la riera de Sant Bartomeu, cruzamos bosques caducifolios que lucen sus mejores galas otoñales y nos reciben amablemente diversos rebaños de vacas que pastan tranquilamente por las laderas y prados a lo largo del camino.
Para admirar su belleza y aprovechar para descansar nuestras piernas, paramos en la ermita de Sant Bartomeu de Covildases.
Esta ermita románica del siglo XII es una pequeña joya que se alza a 1.150 metros sobre el nivel del mar. Mientras descansamos nuestras espaldas sudadas sobre las paredes de piedra de la ermita pensamos en la cantidad de historias que nos podrían explicar aquellos bloques de piedra que llevan allí tantos años. Historias de amor y desamor, fiestas, celebraciones como bautizos o enterramientos e incluso conflictos y guerras como la guerra civil española (1936), momento en el que se dejó de realizar culto en la ermita sobre la que estamos descansando.
El desnivel positivo es constante y no paramos de subir hasta llegar a Coll de Manter, un collado donde se percibe el límite del bosque que deja paso a prados de montaña. Las piernas notan la altitud que hemos ido ganando como también lo notan nuestros ojos con inmejorables vistas que nos brinda el collado. Podemos disfrutar de un paisaje de postal con una de las cimas más emblemáticas de Catalunya al fondo, el Pedraforca.
Sabemos que nos falta poco para llegar a la cima y seguimos subiendo, ahora entre las ramas de un hayedo que con la leve brisa se desprende de sus amarillentas hojas. El camino se estrecha y pedaleamos por encima de las raíces someras de las hayas hasta que ya nos es imposible avanzar subidos sobre nuestras bicis. Es momento de poner el pie en el suelo y llegar a la cima empujando las bicicletas.
Una vez en la cima del Puigsacalm, es el momento de disfrutar de las vistas que nos brindan sus 1.515 m de altitud, como también de un más que merecido bocadillo de llonganissa (un embutido típico catalán parecido al fuet) para los ciclistas y un puñado de pienso para Boira, la perrita de Anna, que se lo ha ganado tanto como nosotros.
Una vez hemos cogido fuerzas y descansado, retomamos el camino y empezamos a descender pasando por el Puig dels Llops (se podría traducir como “colina de lobos”) hasta llegar al cruce que nos conduciría a uno de los tramos más mágicos de nuestra ruta. Se trata de un singletrack que serpentea entre hayedos y que con sus hojas está tapizando la totalidad del suelo.
Las copas de los árboles filtran la luz que se vuelve tenue, y la acústica es un crujir de hojarasca continuo, donde no somos capaces de ver ni un palmo del suelo. Descendemos por las laderas del hayedo flotando sobre las hojas secas, intentando esquivar las acumulaciones de hojas que a veces nos cubren media rueda. Pasamos muy cerca de las conocidas Escletxes de la Freixeneda, unas brechas naturales entre rocas que si se tiene tiempo vale la pena parar y disfrutar del espectáculo natural.
Ya estamos en Pla Traver, una extensa llanura donde nos reciben unos caballos pastando que con los rayos de sol de una tarde de otoño nos regala una bonita estampa para finalizar la jornada. A partir de este punto descendemos por pistas forestales que nos conducirán hasta el pueblo de Vidrà.
La bicicleta adecuada para estas rutas
Para las 3 rutas planteadas, recomendamos llevar una bicicleta mtb, ya que hay tramos que son técnicos y pedregosos. Si vas con una bicicleta de doble suspensión lo agradecerás en algunos tramos técnicos, pero con una bicicleta rígida, será más que suficiente para disfrutar de los caminos que transcurren entre volcanes y hayedos de La Garrotxa. Ninguna de las tres rutas es apta para realizarla con una bicicleta gravel.
Preparativos
Las 3 rutas que se proponen en este artículo tienen el inicio y el fin en pueblos donde nos podemos abastecer de comida y agua. Es aconsejable llevar un par de bidones de agua, sobre todo en verano, para no depender de las fuentes naturales que no siempre están activas.
Es aconsejable llevar una mochila o bolsa de bikepacking para cargar con ropa de abrigo y un chubasquero.
Asegurarse de tener bien cargados los tracks a tu dispositivo es esencial. Recomendamos contar con una alternativa aparte del gps como disponer de cartografía offline en komoot o conseguir un mapa en papel de la zona.
Además, siempre es útil llevar un neumático de recambio y herramientas básicas, para poder reparar cualquier avería que se pueda producir durante la ruta.
La comarca de la Garrotxa no dispone de muy buenas conexiones con transporte público para cicloviajeros. Desde Barcelona y desde Girona se puede viajar hasta Olot con autobús, aunque será mejor contactar con la empresa gestora para el transporte de las bicicletas.
Mejor época para hacer la ruta
La Garrotxa es un territorio que es espectacular en cualquier época del año. En primavera y verano, se puede gozar del verde característico de la zona, que contrasta con el negro de la tierra volcánica. En invierno, si el frío lo permite, se puede disfrutar de un paisaje con tonos más apagados, pero con una luz que te permitirá realizar unas fotografías espectaculares. Pero es en los meses de otoño cuando, en nuestra opinión, más se puede disfrutar de la Garrotxa, ya que los parajes se visten de gala con colores otoñales en los numerosos hayedos y bosques caducifolios, generando una atmósfera mágica en cada rincón.
Fotografía Xavier Florensa
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