Cuando me preguntan de dónde soy, siempre digo que vivo en el País Vasco. Desde que llegué aquí, hace más de 15 años, me sentí como en casa inmediatamente. Tanto, que durante mi viaje en bici uniendo Alaska con Argentina o España con India siempre tuve claro que de “volver” a algún lugar, entre los más de 50 países que recorrí, sería Euskal Herria (País Vasco).
Un pequeño pedazo de paraíso con su propio lenguaje único (la lengua viva más antigua de Europa) en el que puedes recorrer desde el bravo mar cantábrico del norte, de costas abruptas y acantilados rasgados, hasta los viñedos de clima mediterráneo al sur, atravesando escondidos valles remotos a los pies de montañas rodeadas de bosques de roble, pino o haya.
Además de trabajadores y honestos, los vascos se han ganado la fama de gente deportista y amante de la naturaleza. Aquí el ciclismo y el montañismo son los reyes. Si tienes pensado caer por estos lares con tu bicicleta, podrás encontrar desde perfectas pistas de montaña, hasta pequeñas y escénicas carreteras costeras y sobre todo mucho respeto al ciclista. Gran parte de los conductores que te adelantarán, serán ciclistas o tendrán un familiar o amigo amante de las dos ruedas
La grande de las tres grandes
Si preguntaras a un local por las 3 cimas más emblemáticas, probablemente su respuesta sería Gorbea, Anboto y Aizkorri. Estas montañas han sido proveedoras ancestrales de pastos para el ganado, leña, carbón vegetal, hongos y tantos otros bienes. Según la leyenda, estas montañas son la morada de Mari o Maddi, diosa de la naturaleza en la mitología vasca que habita en todas las cumbres vascas.
Tal es el cariño que se las tiene, que son protagonistas de una de las carreras de montaña más importantes en el País Vasco. Un trail de gran exigencia donde se unen las 3 cumbres en un recorrido de 100 kilómetros a cubrir en un máximo de 24 horas. La Hiru Haundiak (tres grandes).
Si una destaca sobre las demás es el Aizkorri (Aitz-Gorri Piedra-Roja) que aun sin ser la cima más alta del macizo del mismo nombre, es la más emblemática.
Subir hasta su ermita emplazada en lo más alto de la montaña y pasar una noche en su refugio libre es una experiencia única que siempre intento ofrecer a mis invitados. Es un regalo tomar un té caliente durante la puesta de sol, sobre un afilado balcón de piedra que se desploma en su cara norte a la verde y accidentada orografía guipuzcoana. Con un simple giro de 180º se puede disfrutar de la visión casi completa de la Llanada Alavesa, al sur.
Esto es especialmente hermoso cuando se da (y se suele dar a menudo) que el paredón del Aizkorri y sus hermanas retienen las nubes que manda el cantábrico desde el norte. Entonces, el sol del atardecer desde el suroeste, aprovechando semejante pantalla de cine, proyecta la sombra azul de los picos sobre el manto vaporoso teñido en amarillos, naranjas y rosas crepusculares. Pura poesía visual.
El vehículo perfecto para descubrir Aizkorri
No soy ningún “pro” de la bicicleta. No tengo lo último de lo último en material, ni llevo pulsómetro, ni me interesan los watts que genero en cada pedalada.
Desde que viajo en bicicleta me he dado cuenta de que es el vehículo ideal. Me permite explorar a mi ritmo y a una velocidad que me parece perfecta y que sobre todo, me mantiene en contacto puro con el entorno que me rodea. A parte, que demonios, ¡es muy divertida!
Por eso os propongo una ruta circular en bici por el Parque Natural Aizkorri-Aratz. Como me he pasado 4 años viviendo en una tienda de campaña, le vamos a añadir un poco de sabor a aventura, pernoctando acunados por este gigante de piedra bajo un techo plagado de estrellas. Si Mari lo permite y no se pone caprichosa con la lluvia, claro.
Ruta circular al Aizkorri
- Distancia: 40 km
- Elevación ganada: 1,450 m
- Elevación perdida: 1,450 m
- Duración: 2 días (con pernocta incluida)
- Tipo de terreno: principalmente pista de grava y sendero de montaña
- Visitas obligadas: Campas de Urbía y Túnel de San Adrián
- Lugar donde pasar la noche: Refugio techado de la ermita de Urbía (Libre). Fonda de Urbía. Está permitido pernoctar en el parque (infórmate de las restricciones).
Día 1 – Araia a Campas de Urbía (cara sur)
La lluvia goteaba mezclada con sudor desde la visera del casco y la punta de la nariz, colándose por la comisura de los labios en un regusto fresco y salado. El corazón bombeando como loco en el pecho y la alegría contenida en la garganta para no perder el equilibrio en la fuerte pendiente. Y es que de dar rienda suelta a la emoción, uno se pondría a gritar y bailar sobre el sillín de la bici.
No nos veíamos hace años, rodábamos en “nuestros” bosques entre hayas, musgo y helechos y el dulce olor de la tormenta lo invadía todo.
Así vivía las primeras rampas de la ruta con Silbia, una vieja amiga que sí o sí tenía que estar en esta microaventura. Motivos le sobran, pero sobre todo y en primer lugar es de Araia, el pueblo donde da comienzo nuestra ruta. Conoce la cara sur del macizo como la palma de su mano. Segundo, esta máquina vasca terminó la última Hiru Haundiak…sí, sí, esa carrera a pie de 100 kilómetros y más de 10,000 metros de desnivel acumulado.
Llegué a las 17 horas a Araia, el cielo estaba cargado de unos nubarrones negros que comenzaban a iluminarse en destellos de relámpagos en la lejanía. Como cada tarde, desde hacía una semana, aseguraban una buena tormenta.
A pesar de esto, a las 17:20 estábamos saliendo con nuestras bicis cargadas. Al salir de Araia puedes decidir entre dos opciones. Puedes subir por una carretera hacia la plataforma conocida como “los petroleros” que acompaña el camino vasco interior o meterte directamente en una senda de grava que comienza en la parte alta del pueblo, junto a las ruinas de la antigua fábrica de fundición de San Pedro de Araia o fábrica de Ajuria.
En esta ocasión, decidimos tomar la carretera y no comernos el barro formado por los días que llevábamos de aguaceros. Tomando este camino pasarás por las piscinas del pueblo, un buen lugar para pegarte un chute de cafeína y aprovechar para comentar la ruta en Komoot.
Mi compañera tiene la cara sur (el primer tramo) totalmente bajo control. Las dudas vienen con la cara norte que afrontaremos en el segundo día de este recorrido, a lo que un paisano nos contesta en dos palabras, «no ciclable». Pero aun así estamos dispuestos a explorar.
Comenzamos a subir una brecha de asfalto destrozado que serpentea por un robledal para convertirse, poco a poco, en un magnífico hayedo. No tardaría ni 30 minutos en soltarse la primera y última tormenta de la tarde, dejando tras de sí una humedad densa y vaporosa, que mezclada con el calor acumulado en la tierra, nos daría por momentos la sensación de estar en una sauna.
Ganando altura constantemente llegamos a “los petroleros” (Zumarrraundi), desde donde parte la pista de grava que tomaremos a nuestra izquierda. Esta no solo es la vía por la que suben los todoterrenos de los ganaderos hasta las Campas de Urbía a pies del Aizkorri, sino que además estaremos recorriendo parte del Camino Ignaciano.
También, desde este lugar, nacen las sendas que trepan a través del bosque hacia las diferentes cimas, preciosas pero inviables en bicicleta.
Llevábamos un rato en la pista cuando Silbia me advierte que seguramente va a echar pie a tierra en una pendiente que conoce de sobra y que según ella le tiene manía. Es que la cuesta y la grava que hace patinar las ruedas hacen desear tener las piernas de los bomberos, más fuertes que el vinagre.
Afortunadamente, los dos entendemos la montaña y el deporte en la naturaleza como un disfrute sin prisas y no una competición. Así que un poco de “empujing” y a seguir sonriendo y gozando el privilegio de vivir tan cerca de esta maravilla.
Este tramo de subida, hasta las Campas, es ideal para disfrutar de las vistas de una de las pocas regiones planas del País Vasco. Como su nombre bien indica, la llanada Alavesa, es una extensa planicie cubierta de campos de cereal y cultivos de patata. En su centro podrás ver la ciudad de Vitoria-Gasteiz, una de las 3 ciudades del territorio y el extenso pantano donde nos refrescamos del calor estival los gazteiztarras.
Poco a poco nos vamos acercando a las Campas de Urbía e introduciéndonos en las entrañas de este maravilloso Parque Natural de Aizkorri-Aratz, destino final de la jornada.
En las Campas de Urbía encontrarás rebaños de vacas, caballos y oveja Latxa. El queso tradicional y con denominación de origen Idiazabal, se realiza con la leche de esta raza de oveja y podrás comprar una cuña para la cena en alguna de las bordas (refugios de pastores y ganado) diseminadas por las Campas.
En nuestro caso, vamos bien provistos y nuestro destino es la Ermita de Urbía, traspasada la fonda. Para nuestra pena estaría en su día de descanso semanal, teníamos intención de tomar un buen Kalimotxo (refresco popular a base de vino y refresco de cola) y unos huevos con chorizo. Al menos, pudimos recargar agua de su fuente.
Acomodadas las bicis en el humilde aterpe (refugio) de la Ermita de Urbía (Andra Mari), subimos caminando en cinco minutos hasta el collado de Elorrola para disfrutar de los bocatas de la cena, las vistas, las Perseidas y las historias de Silbia sobre la Hiru Haundiak.
Allí hubiese detenido el tiempo yo un rato largo, pero de verdad.
Día 2 – Campas de Urbía a Araia (cara norte)
Madrugamos con las primeras luces de alba, después de recoger el equipo y tomar un café caliente con unas galletas, nos lanzamos a recorrer la segunda parte de la circular. Esta vez con más ganas, ninguno conocemos hacia donde nos lleva esta aventura, solo contamos con la ruta en Komoot. Yo estoy emocionado pensando en lo que nos espera en la escarpada cara norte.
Un breve descenso hasta la fonda nos pone de nuevo sobre el track. Primero subimos por la senda de Urbía, hasta alcanzar un sendero más marcada para subir al collado.
“No ciclable” ya será para menos, pienso. “No ciclable” me repetía la memoria. Y bueno, qué razón tenía el paisano. El descenso vertiginosos del sendero de piedra suelta es poco menos que imposible, a menos que tengas una bicicleta adecuada y que tengas la pericia necesaria.
Poco a poco se suaviza el camino y la cosa cambia radicalmente cuando tomas el camino que faldea el macizo. Un sendero precioso, lleno de rincones más propios de un cuento de hadas que del mundo real. Pero, tan técnico que te obliga a pasar caminando en algunos puntos.
Lo peor de todo, y ahí sí que perjuré en hebreo un poquito, fue cuando encontramos un desprendimiento de terreno. No más de 200 metros que tardamos una hora en salvar. A base de empujar, tirar y arrastrar el cuerpo y la bici entre ramas, rocas, raíces y troncos.
Fue duro, muy duro…¿pero sabéis qué? Si tenéis el talante, paciencia y disfrutáis de los retos os recomiendo encarecidamente que os dejéis sorprender por este tramo. Es bastante desconocido y no nos cruzamos con absolutamente nadie.
Ya os conté que soy de planificar poco, y la verdad que contaba con estar de vuelta a Araia antes de la hora de comer. Pues bien, eran las 3 de la tarde, nos habíamos comido los pocos snacks que cargábamos y apenas habíamos alcanzado la ermita de Sancti Spiritus, el lugar donde debíamos decidir la ruta de regreso al punto de partida.
Refugiados del viento en un lateral del pequeño edificio, muertos de hambre y apurando un paquete de 30 gramos de pipas peladas (semillas de girasol) comentábamos la jugada sobre los mapas de Komoot.
La decisión fue tirar por el camino más corto, atravesando el histórico túnel de San Adrián. Al otro lado nos recibiría una tormenta eléctrica descargando agua con todas sus ganas. El último tramo lo hicimos en piloto automático, para no dejar caer los ánimos, hambrientos, calados hasta los huesos y empujando las bicicletas montaña arriba. Y es que no hay atajo sin trabajo.
Al llegar de nuevo a «los petroleros» la lluvia había cesado. El clima era de nuevo amable, mi compañera cantaba alguna canción tradicional en vasco y solo teníamos que dejarnos caer suavemente hasta el plato de bacon frito y queso que nos prepararíamos en Araia.
Una ruta dura pero que vale la pena
Si cada vez que me han dicho que no puedo hacer algo, hubiese hecho caso, ahora mismo no llevaría los casi 50,000 kilómetros de viaje en bici por todo el planeta. No hubiese cruzado los andes varias veces, atravesando los infernales desiertos de Irán y Asia central, o encaramándome a regiones del Himalaya Pakistaní.
Esta ruta es difícil, pero también te digo que la hemos hecho dos personas no especialmente preparadas en bicicleta, ni con máquinas de miles de euros. Si hay un ingrediente fundamental para toda aventura, son las ganas de disfrutar. Cuando no se puede pedalear se empuja y listo.
La circular del Aizkorri-Aratz es dura y bastante complicada por tramos, pero en compensación podrás disfrutar una de las esencias fundamentales del País Vasco, el amor por la montaña. Y eso vale todo el esfuerzo.
Preparativos
El parque Natural Aizkorri-Aratz es zona de pastoreo, muy frecuentada por senderistas. Está altamente señalizada con carteles de GR y PR (gran recorrido-pequeño recorrido) y será fácil pedir ayuda y orientación.
Necesitarás una bicicleta adecuada, de preferencia una MTB. Recorrerás senderos de montaña, así que te vendrán muy bien unas buenas ruedas “gordas” de tacos y un desarrollo acorde a las cuestas del mismísimo infierno.
El verano la época ideal para hacer esta ruta. Podrás evitar un poco más de barro (porque en la cara norte lo encontrarás seguro). No obstante, los hayedos en primavera son preciosos y en otoño absolutamente mágicos.
Otras consideraciones:
- Para la pernocta, como mínimo saco de dormir, aislante y una linterna
- Alimento suficiente para una cena, desayuno, almuerzo y algún extra para ir reponiendo energía
- Mínimo 2 litros de reserva de agua (podrás recargar agua en el camino)
- Chaqueta para el frío, para lluvia y ropa extra por si te mojas
- Herramientas y refacciones básicas
Fotografía Álvaro Texeira
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